En las tierras vibrantes de Tenochtitlan, donde los ecos del pasado aún susurran historias de valentía y amor, llegó una mujer de lejanas tierras llamada Enid.
A pesar de ser obligada por los españoles, su corazón, lleno de curiosidad y anhelo por...
Mastique la flor un par de veces para luego mirar el Tlachtli en dónde se juega un partido que tiene forma de "H" acostada. A ambos lados del travesaño de la H se extienden muros y en el medio de cado uno se inserta verticalmente un anillo de piedra o madera.
Los jugadores tratan de pasar a través del anillo la pelota de hule macizo, la cual sólo le pegan con los codos, las caderas o las piernas.
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—¿Quieres un poco de Octil?—. Preguntó Kent haciendo que parpadee olvidando por completo que estaba aquí.
—No, ¿Qué te paso en la cara?—. Pregunté señalando su mejilla derecha.
—Nada—. Dijo evitando mi mirada y eso me hizo reír.
—¿Divina volvió a castigarte?—.
—No, mi hermana es... Tonta—.
—Si, si pero te manda—. Me burle empujándolo del hombro.
—Calla... Oye amiga mía de mi, ¿Es cierto lo que dijo Enid? ¿Qué Ameyali sabe de que no eres Witzitzillin?—.
—Si mi amigo, hace tiempo que al parecer lo sospechaba y lo confirmo hace más tiempo de lo que le dije a Enid—.
—Oh, tiene sentido, ¿La has amenazado por si dice algo?—.
—No, ella aseguró que no lo diría, es... Buena amiga—. Concluí encogiéndome de hombros.
—¿Amiga? No, claro que no... Ella quiere reposar contigo en tu tapete, está completamente enamorada de ti pero por la mirada que me das, quiere decir que ya lo sabes—. Dijo cruzándose de brazos.
—Si, me lo ha dicho muchas veces—.
—¿Y? ¿Le has dicho que amas a Enid, no?—.
—Lo he hecho—.
—No te ves muy convencida—.
—No quiero hablar—. Murmuré para luego levantarme e irme del lugar dejando a Kent solo.
Pude alcanzar a ver qué fruncía el ceño, lo ignore y seguí caminando hasta llegar a la cima de una montaña, tome asiento en la orilla de una roca dejando que mis piernas quedarán colgando y las moviera un poco pensando en todo el lío que hay en mi cabeza.
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