Chiara regresó a Barcelona con un peso en el pecho y la cabeza llena de dudas. La ciudad, con su vibrante energía y su bullicio constante, era un refugio familiar y a la vez una prisión. Se encontraba en medio de los últimos ensayos de su gira, ensayando con una intensidad feroz, tratando de canalizar sus emociones en su música. Las entrevistas para la promoción de la gira eran incesantes, los periodistas querían cada detalle, cada pedazo de su vida, y ella se esforzaba por mantener una fachada serena mientras su mente divagaba hacia Violeta.
Durante el día, evitaba a toda costa cruzarse con Violeta. Cada vez que la veía, sentía que el mundo se detenía, que todo lo demás se desvanecía. Pero mantenía la distancia, tal como Violeta había pedido. Sin embargo, por las noches, la soledad de su habitación la envolvía y las imágenes de Violeta, los besos que habían compartido, la perseguían. La idea de alejarse la desgarraba por dentro, pero sabía que debía respetar la decisión de Violeta.
Por su parte, Violeta se había sumergido en su trabajo. Gestionaba la seguridad de la gira, buscaba los horarios más tranquilos para viajar y se encargaba de todos los detalles necesarios para mantener la integridad de Chiara. Era su forma de mantener la distancia, de enfocarse en lo profesional y evitar el caos emocional que se desataba cada vez que pensaba en Chiara. Durante el día, su contacto era mínimo, casi inexistente, y por las noches, se convencía de que había tomado la mejor decisión al alejarse. Temía desarrollar un sentimiento mayor hacia Chiara, uno que pudiera nublar su juicio y poner en riesgo su capacidad de protegerla.
Una noche, mientras el reloj marcaba las tres de la madrugada, Chiara se encontraba en su estudio, intentando componer una nueva canción. Las notas fluían, pero las palabras se le escapaban. Se levantó, frustrada, y caminó hacia la ventana. Desde allí, podía ver las luces de la ciudad, parpadeando en la distancia. Sus pensamientos, sin embargo, estaban en Violeta.
Decidida, salió de su estudio y caminó por el pasillo hasta la puerta de Violeta. Dudó por un momento antes de golpear suavemente. No hubo respuesta. Golpeó de nuevo, esta vez con más insistencia.Finalmente, la puerta se abrió y Violeta apareció, con el cabello desordenado y los ojos cansados.
—Chiara, ¿Qué haces aquí? —preguntó Violeta, su voz ronca por el sueño.
—No puedo más, Violeta —respondió Chiara, su voz quebrada—. Necesito hablar contigo.
Violeta suspiró y abrió la puerta para dejarla pasar. Se sentaron en el pequeño sofá del apartamento de Violeta, y durante unos minutos, el silencio fue su único compañero. Finalmente, Chiara tomó la iniciativa.
—No puedo dejar de pensar en ti, en nosotras —dijo Chiara, sus ojos brillaban con lágrimas contenidas—. Intento respetar tu decisión, pero no puedo ignorar lo que siento.
Violeta la miró, su expresión era una mezcla de dolor y determinación.
—Chiara, yo... —comenzó, pero las palabras parecían atascadas en su garganta—. Yo también pienso en ti, cada minuto del día. Pero mi trabajo es protegerte, y si dejo que estos sentimientos nos controlen, podríamos salir heridas. No puedo permitirme ese lujo.
—¿Y qué pasa con lo que sentimos? —insistió Chiara, su voz subiendo un tono—. No puedo simplemente apagarlo. No quiero perderte, Violeta.
—No me perderás —respondió Violeta, tomando las manos de Chiara entre las suyas—. Siempre estaré aquí para ti, pero debemos encontrar una manera de manejar esto. No podemos permitir que interfiera con tu carrera, con mi trabajo. Necesitamos equilibrio.
Chiara asintió, sus lágrimas comenzaron a caer libremente.
—Prometo que intentaré encontrar ese equilibrio —dijo Chiara, con voz temblorosa—. Solo te pido que no me alejes completamente. Necesito saber que estás aquí, que podemos superar esto juntas.
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La guardaespaldas
FanfictionLa cantante Chiara Oliver se ha visto involucrada en varios acontecimientos incómodos en los últimos meses, por lo que su equipo ha decidido contratar a una guardaespaldas para llevar a cabo la difícil tarea de mantener a salvo la reputación de la a...