Chiara abrió los ojos lentamente, aún sumergida en el letargo de una noche intensa. El suave aroma a sábanas limpias la envolvía, pero pronto se dio cuenta de una ausencia que le aceleró el corazón. Estiró la mano hacia el otro lado de la cama, buscando el calor familiar del cuerpo de Violeta. Pero su mano solo encontró el vacío frío de la soledad. De inmediato, una punzada de ansiedad atravesó su pecho.
Se quedó inmóvil por unos segundos, tratando de reunir sus pensamientos. Los recuerdos de la noche anterior pasaban por su mente como una película en cámara lenta: los susurros cómplices, las caricias apasionadas, los cuerpos entrelazados en una danza perfecta. Había sido una noche perfecta, al menos así lo había sentido Chiara. Pero ahora, con la ausencia de Violeta, empezaba a cuestionarse todo.
¿Por qué no estaba allí? ¿Qué la había hecho salir de la cama sin despedirse siquiera? Chiara sintió un nudo en el estómago al pensar en todas las posibles razones. Tal vez había hecho algo mal, tal vez había dicho algo que hirió a Violeta sin darse cuenta. O peor aún, tal vez para Violeta esa noche había sido un error, un impulso momentáneo que ahora lamentaba.
Los minutos pasaban y con cada uno de ellos, la ansiedad de Chiara crecía. La habitación, que antes parecía un refugio acogedor, ahora se sentía como una prisión llena de incertidumbre. "¿Y si simplemente se fue?", pensó, sintiendo que una lágrima amenazaba con escapar de sus ojos. Intentó reprimirla, pero la sensación de pérdida y confusión era demasiado fuerte.
El tiempo parecía estirarse en una eternidad mientras Chiara seguía en la cama, debatiéndose entre levantarse y salir a buscar a Violeta o quedarse allí, sumida en sus pensamientos. Finalmente, escuchó el sonido suave de la puerta al abrirse. El corazón de Chiara dio un vuelco, y antes de que pudiera reaccionar, Violeta apareció en el umbral, sosteniendo una bandeja con el desayuno para ambas.
—¡Buenos días! —saludó Violeta con una sonrisa cálida, pero rápidamente su expresión se volvió preocupada al ver el rostro serio de Chiara—. ¿Qué pasa? ¿Por qué esa cara?
Chiara se incorporó lentamente, luchando por encontrar las palabras adecuadas. Sentía que su voz estaba atrapada en su garganta, sofocada por la mezcla de alivio y angustia que la invadía. Finalmente, habló, pero sus palabras salieron cortas, casi sin emoción.
—Nada... está bien —murmuró, evitando el contacto visual con Violeta.
Violeta frunció el ceño, claramente desconcertada por la actitud de Chiara. Dejó la bandeja en la mesita de noche y se sentó al borde de la cama, estudiando el rostro de Chiara con preocupación.
—No me mientas, Chiara. Sé que algo te pasa. ¿Por qué estás así?
Chiara soltó un suspiro, sabiendo que no podía seguir ocultando lo que sentía. Aún así, le costaba abrirse, temía que al expresar su inseguridad, estaría mostrando una debilidad que Violeta podría no entender o, peor aún, rechazar.
—Es solo que... —empezó a decir, pero las palabras se le atragantaron en la garganta. Tomó aire, armándose de valor antes de continuar—. Esta mañana, cuando desperté y no estabas... pensé que habías decidido irte. Que quizá había hecho algo mal o que... te habías arrepentido de lo que pasó anoche.
Violeta la miró sorprendida, con los ojos llenos de una mezcla de tristeza y comprensión. Se inclinó hacia Chiara, tomando sus manos con suavidad, como si temiera que se rompieran al contacto.
—Chiara, por favor, no pienses eso —dijo en un tono que casi parecía una súplica—. Me fui solo para prepararte el desayuno. Quería que tuvieras una sorpresa, un detalle bonito después de lo que fue una noche tan especial para mí. Jamás se me cruzó por la cabeza irme.
Chiara dejó escapar un suspiro largo, sintiendo cómo la tensión que había acumulado en su pecho comenzaba a disiparse. Miró a Violeta a los ojos, y en ellos vio la sinceridad de sus palabras. Aún así, el miedo que había sentido no desaparecía tan fácilmente.
—Es que... no puedo evitar pensar que tal vez... esto no es lo mismo para ti que para mí —admitió Chiara, bajando la mirada. Era difícil poner en palabras esa inseguridad tan profunda, esa sensación de que su amor podía no ser correspondido con la misma intensidad—. No sé, quizá todo fue demasiado rápido, o tal vez no estoy leyendo las señales correctamente. Solo... no quiero perderte.
Violeta soltó una mano de Chiara para acariciarle el rostro con ternura, obligándola a levantar la cabeza y mirarla a los ojos.
—Lo entiendo, y lamento haberte hecho sentir así, aunque no fuera mi intención —respondió Violeta con suavidad—. Para mí, anoche fue... maravilloso. No fue solo un impulso del momento. Realmente me importas, Chiara, y quiero que lo sepas. Me asusta un poco también, pero estoy aquí, y no me voy a ninguna parte.
Las palabras de Violeta eran un bálsamo para las heridas de inseguridad que Chiara había estado intentando ocultar. El miedo comenzó a desvanecerse, reemplazado por una cálida sensación de alivio y gratitud.
—Gracias —susurró Chiara, acercándose para rozar los labios de Violeta en un beso suave pero lleno de significado—. Gracias por entenderme, por quedarte.
Violeta le devolvió el beso, lento y dulce, como si quisiera demostrar con ese gesto todo lo que las palabras no podían expresar. Se separaron solo lo suficiente para que Violeta pudiera hablar.
—No tienes que agradecerme nada, Chiara. Quiero estar aquí, contigo. Quiero que lo intentemos, sin miedos, sin dudas.
Chiara asintió, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, las dudas que la habían atormentado empezaban a disiparse. Violeta, en respuesta, sonrió y señaló la bandeja que había traído.
—¿Qué te parece si desayunamos en la cama? —sugirió, retomando su actitud ligera y despreocupada, como si el momento de tensión anterior no hubiera existido.
Chiara sonrió y asintió, agradecida por la oportunidad de relajarse y disfrutar del momento con Violeta. Se acomodaron entre las sábanas, mientras Violeta destapaba los platos para revelar una variedad de frutas frescas, croissants, y una jarra de café que aún humeaba. La calidez del desayuno contrastaba con la fría angustia que Chiara había sentido minutos antes.
Comieron en silencio al principio, pero no era un silencio incómodo; era un silencio lleno de significado, de la sensación de estar exactamente donde querían estar. De vez en cuando, Violeta le daba a Chiara un pequeño trozo de fruta o un sorbo de café, haciendo que ambas se rieran por lo ridículo y dulce que era el gesto.
Poco a poco, los besos empezaron a robar protagonismo al desayuno. Al principio, eran simples besos en los labios, pero pronto se volvieron más intensos, más demandantes. La bandeja fue olvidada a un lado de la cama cuando Violeta se inclinó sobre Chiara, sus labios encontrándose en un beso que hablaba de deseo y promesas.
Las manos de Chiara encontraron el camino bajo la camiseta de Violeta, acariciando su piel cálida. Violeta respondió con una sonrisa pícara antes de besar el cuello de Chiara, arrancándole un suspiro que llenó la habitación.
—Parece que vamos a necesitar un segundo desayuno —murmuró Chiara entre risas suaves, sus palabras entrecortadas por los besos de Violeta.
—Sí, pero no hay prisa —respondió Violeta antes de besarla nuevamente, dejándose llevar por la pasión que había surgido una vez más entre ellas.
El miedo y las dudas habían quedado atrás, enterrados bajo el peso de la verdad compartida y el deseo mutuo. Lo único que importaba ahora era el momento, el estar juntas, y aprovechar cada segundo de esa conexión que se sentía tan perfecta, tan única.
Así, envueltas en caricias y risas, continuaron su mañana, sabiendo que, al menos por ahora, tenían todo lo que necesitaban.
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La guardaespaldas
FanfictionLa cantante Chiara Oliver se ha visto involucrada en varios acontecimientos incómodos en los últimos meses, por lo que su equipo ha decidido contratar a una guardaespaldas para llevar a cabo la difícil tarea de mantener a salvo la reputación de la a...