BEATRIZ ORENCIS
El cuatro de septiembre llegó tan repentinamente como el primer destello del sol en las mañanas. Me desperté emocionada, pero con un ligero nerviosismo que me acompañaba. Era mi primer día de trabajo. Después de tantos años de estudio y tantos meses de insistencia para convencer a mi padre, finalmente había llegado este momento tan esperado. Mis padres fueron comprensivos y apoyaron mi decisión de convertirme en profesora, aunque a cambio exigieron que continuara viviendo con ellos. Aunque había planeado mudarme, decidí aceptar su petición como una forma de conseguir que ellos aceptaran la mía. Me pareció lo más justo.
El día anterior, me presenté en la escuela para participar en una reunión en la que los profesores nos conocimos y discutimos a nuestros futuros alumnos. Para mi sorpresa, me asignaron el rol de guía, lo que implicaba una mayor responsabilidad. Elegí un elegante enterizo azul cielo con mangas largas y transparentes, combinándolo con unos tacones blancos, de altura moderada. Deje mi cabello suelto y, como joyería, opté por unos pequeños pendientes y un reloj de platino. Aunque mi atuendo era sencillo, mantenía un aire de elegancia, ya que no trabajaría en una escuela cualquiera, sino en una institución privada para alumnos acomodados, aunque también habían estudiantes becados.
Desayuné con calma, aún era temprano. Mis padres tenían una reunión y no estaban en casa, lo que siempre me hacía preguntarme: ¿por qué insisten en que viva con ellos? Mi auto estaba listo y el chófer me esperaba, pero decidí que a partir de ese día, manejaría yo misma. Coloqué mi maletín negro en el asiento del copiloto y encendí el motor. Mis padres preferían que condujera el Lamborghini, pero me pareció una elección excesiva, así que opté por el elegante Mercedes Benz negro.
El estacionamiento para profesores es donde dejé mi auto. Al bajarme y caminar unos pocos pasos, noté un Lamborghini blanco estacionado, lo que me hizo sonreír: parece que a algunos no les importa llamar la atención. La entrada estaba repleta de estudiantes. A lo lejos, vi a Lisbeth, quien fue dejada en el gran portón de la escuela por su chófer. Las chicas llevaban una camisa blanca de cuello y botones, con un chaleco negro cuyas orillas eran rojas, y un escudo incrustado en el lado izquierdo; combinaban esto con una falda de cuadros negros y rojos, y medias largas, algunas negras, otras rojas y pocas blancas. La diferencia entre los chicos y las chicas era que ellos usaban pantalones grises.
Como guía, debía presentarme en el aula, y además, era el primer turno en mi grupo. A juzgar por su perfil, parecía ser un buen grupo, y eso era lo que esperaba. Caminé por los largos y pulcros pasillos de la Private High School, hasta finalmente encontrar el aula de mi grupo: 11no2. Lisbeth no pareció sorprenderse al verme; seguramente ya sabía de mi llegada.
-Buen día a todos, yo seré su profesora guía, además de ser su profesora de ética, mi nombre es Beatriz Orencis.
Todos me miraban con atención. Eran disciplinados e inteligentes, según sus expedientes, lo que solo incrementaba mi nerviosismo y me hacía sentir aún más incompetente. Estar rodeada de personas tan capaces provocaba en mí un temor arraigado a cometer errores, un miedo que palpitaba entre mis venas.
-¿Alguien sabe por qué su compañera Scarlett no está en clase?----los murmullos comenzaron a surgir.
-¿Por qué sabríamos qué le ocurre a una simple becada?----el chico de risos oscuros, Brayden, adoraba ser el centro de atención.
-Según tú, ¿es una deshonra ser amigo de una becada?, ¿por qué?----coloqué mis manos en los bolsillos parada al frente de todos.
-Sí que lo es, por el simple hecho de que somos muy diferentes y ella está en este lugar gracias a la caridad de esta escuela----me miró fijamente intentando retarme. Tal vez no eran tan dóciles después de todo.
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Nuestro Otoño
Teen FictionPara muchos, la primavera es un canto de alegría y un renacer de la vida. También lo fue para mí en su momento, un tiempo de luz y esperanza. Sin embargo, esa esencia vibrante se ha desvanecido con el paso del tiempo. Mi primavera, una vez radiante...