Nuestro Otoño

Epílogo

BEATRIZ ORENCIS

A medida que la primavera cede su lugar al fresco otoño, siento que este cambio de estación también conlleva una necesaria reflexión. El otoño, con su sinfonía de colores cálidos y hojas que caen, me invita a contemplar el paso del tiempo y la inevitable llegada del ciclo de descomposición y transformación. Cada hoja que se desprende del árbol es un recordatorio de que la vida, en su esencia más pura, está en constante cambio. Y aunque el otoño a menudo evoca una sensación de tristeza, también invita a la introspección.

He aprendido a apreciar la belleza que reside en los momentos de transición. Mientras las hojas crujen bajo mis pies, me dejo envolver por una nostalgia que acaricia mi alma, como un viejo abrigo en una fría tarde. En estas reflexiones otoñales, me doy cuenta de lo valioso que es cada instante vivido, en cada estación de nuestras vidas. A veces, la tristeza es simplemente el eco de una alegría que ya no está, pero que nos ha dejado enseñanzas imborrables.

En este ciclo perpetuo de renacimiento y despedida, la vida se presenta como un maestro sabio. Cada estación tiene su propia lección; la primavera nos muestra la belleza de lo nuevo, mientras que el otoño nos recuerda la importancia de soltar, de dejar ir lo que ya se debe de marchar. ¿No es también este un acto de amor hacia nosotros mismos?

Así que hoy, mientras me encuentro en esta encrucijada entre las estaciones, me permito sentir cada emoción que aflora. Celebro mis recuerdos de primavera, pero también abrazo la melancolía del otoño. Aprendo a llevar conmigo lo vivido, a atesorar cada experiencia, cada sonrisa, y cada lágrima que me ha moldeado. La vida, en su constante cambio, es un regalo que merece ser apreciado en todas sus formas.