Episodio: XIV

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El primer mes de pruebas finalmente había llegado. Luego de toda la diversión y la felicidad, llegó el período más estresante para todo estudiante. Sin embargo, para los profesores es el período más reconfortante y tranquilo. Beatriz se ponía sus botines totalmente calmada y relajada, como si sus clases no fuesen en el primer turno. Bajó las escaleras cuidadosamente y desayunó con la misma calma. Todavía era temprano, pero de igual modo tenía una paz y tranquilidad inusuales.

-¿Cuándo conoceremos a la familia de ese chico?----preguntó su padre. Tenía el rostro serio, casi molesto.

-No sé, su padre vive en Italia y es su único familiar, pero a Fabricio lo puedes conocer cuando quieras----respondió de forma distante.

Por un momento recordó todo sobre la mentira. No podemos tapar el sol con un dedo. Perdonamos fácilmente, pero no olvidamos de esa manera. Al contrario, los malos recuerdos se quedan en nuestras mentes como dagas en el corazón. Son los últimos en olvidar, pero fingimos que no es así. Porque vivimos fingiendo más que viviendo.

-¿Está todo bien con él?----su madre se había vuelto más intuitiva.

-Nada que no se pueda arreglar----respondió para darle un sorbo a su tasa de café.

-¿Qué pasó?, ¿el chico te engañó?, si es así simplemente déjalo----su padre estaba insoportable esta mañana. Parecía estar en contra de su relación.

-¿Entonces debería de dejar de ser vuestra hija?----ella estaba arta de todo y ni siquiera sabía por qué, pero así era.

-¿Qué estás diciendo?----preguntó su madre con cara de sorpresa. Al parecer lo habían olvidado. No. Estaban fingiendo olvidarlo.

-Ustedes me han mentido todo este tiempo sobre mi hermana----dejó salir muy molesta. Primero miró a su madre y luego a su padre. Estaban al frente.

-Simplemente te ocultamos algunas cosas, pero no te mentimos, nosotros...

-Ocultar algo te lleva tarde o temprano a mentir para mantenerlo oculto, ¿van a hablar de moral conmigo?----dijo casi con una risa irónica. Por favor. Era profesora de ética.

-¡Aún si fuese verdad lo que dices!, ¡nosotros somos tus padres!----elevó la voz su padre con una mirada amenazante.

-¡Eso no les da derecho a mentir!----gritó aún más alto. Agarró su cartera y salió de la casa.

¿Cómo había comenzado una pelea tan fuerte? ¿Era su padre o era ella la que no estaba de humor? No podía responderlo. Aunque sabía que no se encontraba bien. No podía explicar lo que sentía. Era una presión en el pecho, un nerviosismo en el estómago, una idea de frustración que pasaba por su mente. Manejaba en dirección a la escuela, pero sentía que no iba a ningún lado mentalmente. Para Beatriz, era uno de esos días en los que no sabes qué haces o por qué te comportas de forma extraña. Pensamientos de desesperación pasaban por su mente, como si estuviera atrapada sin poder liberarse de sus propias cadenas mentales.

Una vez estacionado su auto. Apoyó abruptamente su cabeza en el espaldar del asiento. Respiró hondo unas cuantas veces y se dijo a sí misma: ¡Tú puedes hacerlo!, ¡vamos!, ¡levántate!. Fue entonces cuando escuchó a alguien tocar varias veces en el cristal de la ventanilla y abrió sus ojos para verlo. Él la miraba con una sonrisa encantadora y una luz en sus ojos que parecían borrar toda pereza de Beatriz. Quien abrió la puerta del auto para bajarse y darle un abrazo. Solo después de ese abrazo pudo sonreír. Como si los problemas se detuvieran por un pequeño momento. Aunque luego regresó a la realidad e intentó dar un paso atrás, pero él la sostuvo con más fuerza.

-Si nesecitas soltarme hazlo, no tengas miedo porque yo te sostendré----mencionó aún con ella entre sus brazos.

-Gracias----respondió y volvió a abrazarlo. Esta vez con más fuerza---pero no pienso soltarte, no estoy dispuesta a dejarte ir----esas palabras lo hicieron sonreír con felicidad.

Nuestro OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora