Episodio: XXI

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HANNAH ANDERSON

Como ya sabrán, mis padres están divorciados. Lo sé. Al principio afecta, pero lo más importante para mí es la felicidad de ellos. Con el tiempo, me he acostumbrado a las circunstancias. Mi padre me visita de vez en cuando, y yo también lo visito en su casa. A veces incluso me quedo a pasar la noche. Sin embargo, vivo con mi madre. Ambas compartimos el hogar, aunque a menudo estamos solas, rodeadas de empleados, pero al final, esa soledad no me molesta. Ella siempre se ha encargado de que sienta su compañía, y, a decir verdad, así me siento. No es solo mi madre, es mi amiga y mi alegría.

Hoy no estaba en casa. Tenía una reunión en la oficina. Pero, a diferencia de otros, yo tenía un refugio, algo que me protegía de los momentos tristes que a veces acompañan a la soledad: la pintura. Por eso estaba allí, en mi segunda habitación, un espacio lleno de cuadros, pinceles y numerosos colores. Tenía una pintura aún sin terminar, una obra inspirada en el día más triste de mi vida: el día en que enterramos a mi hermana del alma. Solo a través de la pintura podía expresar mi dolor, y eso estaba haciendo en ese momento. Con el delantal puesto, me senté para finalizar el cuadro.

Como cada vez que termino una obra, tomé varias fotos. Mientras observaba las imágenes, escuché un toque en la puerta. Sofía, una de las criadas, entró con una caja pequeña de color rosa, señalando que era para mí. Tenía mi nombre escrito en una tarjeta, que decía: "Este es el regalo de tu profesora favorita. Disfrútalo". No necesitaba pensar dos veces para saber que era de Beatriz. Al abrir la cajita, encontré una invitación. Para los demás, un rectángulo de cartulina decorado con margaritas y palabras al azar, como: "Invitación VIP" y "Exposición de arte en la Nacional Gallery of Canada". Pero para mí, era el mayor sueño de mi vida. Sonreí como no lo había hecho en días. Todo gracias a un nombre, el de mi artista preferido, mi mayor ídolo.

Joo Hyung-suk, un pintor coreano conocido por sus obras que exploran el paisaje y la profundidad de los sentimientos. Scarlett solía bromear con que él era "el amor de mi vida" y decir que teníamos algo en común. Solo con ver nuestros cuadros, ella podía leer nuestros sentimientos. No sé si lograba adivinar los de él, pero, para ella, mis emociones eran un libro abierto. Por eso éramos... No, por eso somos: hermanas del alma.

Debía darme una ducha; la pintura, en tonos violeta y azul, estaba esparcida por mi piel y mi ropa. Mi armario estaba repleto de moda coreana, así que decidí vestirme de manera cómoda. Elegí una blusa blanca de mangas caídas hasta los codos y un vestido de mezclilla con tirantes, ajustado con un cinturón de la misma tela. El vestido llegaba a mis rodillas, así que decidí ir cómoda con unos tenis blancos y dejar mi cabello corto suelto. Miré la hora y, al darme cuenta de que debía apresurarme, apliqué un toque de brillo labial rosa. Agarré mi teléfono y la invitación, y corrí hacia la puerta para que el chófer me llevara.

La galería era impresionante. Habían varias personas caminando de un lado a otro, la mayoría extranjeros. Yo era la única que caminaba sola. ¿Me importó? Para nada. Estaba tan feliz que nada podía afectarme. Caminé observando cada uno de los cuadros que adornaban las paredes pálidas de la galería. No veía mi obra favorita, así que continué hacia la parte inferior. Y entonces la vi. Sentí que estaba dentro de la pintura al acercarme. Un lago cristalino rodeado por flores de loto rosadas, donde dos cisnes blancos formaban un corazón con sus largos cuellos, todo en medio de un atardecer colorido. Los colores me absorbieron por completo.

-Es increíble lo real que se siente----solté como un susurro al viento.

-¿Es tu cuadro preferido?----podía reconocer esa voz a kilómetros. Mi corazón se detuvo junto a mi respiración.

-¿¡Joo Hyung-suk!?----quedé helada pero reaccioné de inmediato----eres mi artista preferido desde hace cinco años, ¿podemos tomarnos una foto?----evité gritar a toda costa.

-Por supuesto----me hizo inmensamente feliz esa respuesta.

Mis manos temblaban. No sabía ni siquiera lo que estaba haciendo. No podía encontrar mi cámara. Él, sin embargo, sonrió y tomó mi teléfono. Abrió la aplicación de la cámara y nos tomó una foto, inclinándose ligeramente para estar a mi altura; era mucho más alto que yo. No sabía hablar coreano, pero él sí manejaba el inglés. Era perfecto ante mis ojos.

-¿Cómo supiste que es mi cuadro favorito?----pregunté tranquila mientras pensaba: Es más guapo en persona. ¡Ahh!.

-Llevas mucho tiempo observándolo----asentí obvia----tienes buen ojo, también es mi favorito, ¿te gusta pintar?----preguntó sonriendo.

-Me encanta, tengo mis propios cuadros...----entonces saqué nuevamente mi teléfono----las fotos no son iguales pero...

-Tienes muchísimo talento----esas palabras me hicieron sentir que podía flotar en el aire----no abandones nunca la pintura por difícil que sea, cuando no confíes en ti, recuerda que yo lo hago----sonrió.

-Lo prometo----sonreí como una niña pequeña y agarré con ambas manos mi teléfono por los nervios.

-Es tiempo de que me retire----dijo un poco apenado----¿cómo es tu nombre?.

-Hannah Anderson----no podía con todo lo que estaba sucediendo.

-Hannah Anderson----repitió con voz baja----recordaré tu nombre, estoy seguro de que nos veremos como dos profesionales----compartimos sonrisas.

No me sentí triste cuando se retiró. Al contrario, tantas cosas habían sucedido que apenas podía pensar. Mi ídolo confiaba en mi talento y era aún mejor en persona. Había logrado una foto con él y, más allá de eso, había adquirido una nueva meta: volver a encontrarme con Joo Hyung-suk, pero esta vez no como una simple fan, sino como una artista reconocida. ¿Será posible?. Esa inquietante pregunta fue rápidamente ahogada por la ilusión que me invadía. Había oportunidad. Con tan solo cuatro años más que yo, él era toda una celebridad ahora. Entre la multitud, vi a Scarlett a lo lejos, sonriendo y haciendo gestos de apoyo. Una sonrisa se dibujó en mi rostro mientras algunas lágrimas rodaban por mis mejillas. En medio de esa visión borrosa, la imagen de Scarlett desapareció, pero, en lugar de debilitarme, me infundió fuerzas para seguir adelante.

Mientras regresaba en el auto, mis dedos no pudieron evitar escribir un mensaje: "Gracias. Este es el día más feliz de mi vida." No esperaba una respuesta; simplemente quería expresar lo que sentía. No podía esperar para llegar a casa y contarle a mi madre lo feliz que estaba. Desde que vio mi rostro, supo que algo especial estaba sucediendo. Las madres tienen ese don. Creo que ella sonrió y gritó aún más que yo; estaba el doble de feliz por mí.

Sentada en mi habitual banco de pintura, observaba la fotografía con una sonrisa. Ese es el momento en el que finalmente lo entiendes: los recuerdos también son parte de la felicidad. Con solo sonreír al recordarlos, sientes que tu alma se llena. Desde que la profesora Beatriz entró en nuestras vidas, ha sido una fuente inagotable de recuerdos como este, momentos que nos hacen sonreír. Ella lo entendió desde el principio: que la verdadera felicidad reside dentro de cada uno de nosotros, y nos impulsó a descubrirlo por nuestra cuenta. Dejó de ser una simple profesora y se convirtió en nuestra familia. Dejamos de ser compañeros indiferentes para convertirnos en amigos dispuestos a apoyarnos mutuamente. Dejamos de pisotearnos, para fomentar los sueños de los demás. De pronto, ya no estábamos en un aula; habíamos creado un hogar.

Nuestro OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora