Episodio: XXII

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Incluso más allá de la muerte, Scarlett había dejado su impronta en el mundo de quienes la rodeaban. Un día después de que su cuerpo yaciera frío y silencioso, treinta y cuatro cartas comenzaron su viaje. Cada una de ellas estaba destinada a alguien especial, un recordatorio de que la vida debía continuar, un aliento para no rendirse. En cada misiva, Scarlett incitaba a sus amigos a seguir adelante, a encontrar la fuerza incluso en los momentos más oscuros. "Perdí una vida, pero gané treinta y cuatro gracias a ustedes", decía, enfatizando el lazo eterno que los unía. Así, ellos, movidos por su amor y sus palabras, decidieron honrar su memoria, llevando sus recuerdos más preciados en lo profundo de su ser y siguiendo su consejo vital. Ese día, uno a uno, comenzaron a intercambiar regalos, no materiales, sino gestos significativos que reflejaban la esencia de lo que Scarlett desearía para cada uno: acciones que fomentaran la felicidad.

Beatriz, en su camino hacia la sanación, se propuso cumplir con la promesa hecha a su amiga. Le brindó a Hannah el momento más feliz de su vida, pero la culpa se cernía sobre ella, oscureciendo su espíritu. Durante un mes, se sintió atrapada en un mar de tristeza, incapaz de enfrentar la carta que Scarlett había escrito para ella. La incertidumbre y el arrepentimiento la consumían lentamente. Para liberar su alma, Beatriz optó por escribir en su agenda, dejando fluir sus emociones, un acto que le permitía procesar su dolor.

¿Qué es la vida?. ¿Qué son las emociones?. Me pregunto acostada mirando a una ventana de hospital, mientras el sol refleja su extraordinaria luz interior. Esa, de la cual carezco. Mi mirada seguía atravesando el cristal, mientras los árboles perdían sus anaranjadas hojas, así como yo, mis ganas de seguir existiendo. ¿La felicidad existe?. Mi mente movía mis pensamientos de un lado al otro, pero mi cuerpo se mantenía inmóvil. El frío no logró congelar mis huesos, aún cayendo la blanca y gélida nieve. ¿Debería de seguir así?. Me pregunté observando el renacer de las flores y el volar de las mariposas. Siento que han pasado cuatro estaciones en un mes. Y me quedé estancada en el malévolo Otoño.

-Beatriz, los médicos dicen que podemos ir a casa, ¿no prefieres que regresemos?----mencionó con delicadeza mientras la miraba escribir.

-Fabricio, no pretendas que salga al mundo a vivir mi vida como si nada, yo, yo me siento tan culpable----habló entre-cortado y con lágrimas en sus mejillas.

-¡¿No crees que te estás victimisando demasiado?!, siempre fuiste así, muy sensible----anunció Valeria entrando al cuarto de hospital.

-¿Hermana?, ¿cómo es que estás aquí?----preguntó muy sorprendida.

-Mi querido cuñado junto a su padre me encontraron y estoy de vuelta ya que al contrario de lo que dijeron nuestros padres, Rómulo y su familia no representan ningún peligro, solo era un abuelo buscando a su nieto----explicó.

-Me alegra mucho verte de nuevo----finalmente se levantó de la cama para abrazar a su hermana----¿en dónde está mi sobrino?----preguntó cuando ambas se sentaron en la cama.

-Está en casa, ese bulloso es muy revoltoso y sería un problema para el hospital, lo verás hoy cuando regresemos----afirmó.

-Me alegra que estés aquí conmigo, pero yo no me siento bien como para...

-¡Hey!, creo que estás olvidando algo, ese niño que llevas dentro nesecita una madre, ¿crees que me gustó irme?, pues no, pero lo hice por mi hijo, él siente todo lo que sientes tú, así que deja esa tristeza y aprende a vivir con el recuerdo----sus palabras comenzaron a hacer efecto en Beatriz, pero aún mantenía la cara de duda.

Valeria se levantó, abrió la gaveta de al lado de la cama y agarró la carta.

-Tú decides, puedes leerla o quemarla y perderla para siempre----dijo apretando el encendedor a punto de quemarla.

Nuestro OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora