XXVI

174 11 3
                                    

POV SANTIAGO



Deslicé el anillo en el delicado dedo de Julieta, acaricié su mano y, mientras el sacerdote pronunciaba un sermón acerca de la lealtad y el amor eterno, extendí mi mano y ella colocó la alianza dorada en mi dedo. Se veía deslumbrante, su cabello era largo y tenía rizos que colgaban a un costado de su cuello, tenia un velo hermoso decorado con perlas y la caída del vestido debajo de su cintura reflejaba la luz que entraba por los ventanales de la iglesia. El escote dejaba ver un poco de sus pechos sin parecer vulgar y tenía a cada lado un hombro caído, todo era de la más fina seda. No creo haber visto jamás en la vida una mujer más linda que ella


  - Puede besar a su esposa


Ella sonrió y yo levanté suavemente el velo para descubrir su angelical rostro, sus labios, su sonrisa, las pestañas largas, esas pecas casi imperceptibles y los lunares a la par de su oreja y en su nariz; todo seguía igual a la primera vez que la vi y me hechizó por completo, el paso de los años no se notaba ni siquiera un poco.


Me miró a los ojos y nuestras miradas se entrelazaron, sostuve una de sus manos y con la otra rodeé su cintura, acercándola a mi. Nuestros labios se unieron y sentí una calidez reconfortante, mi corazón había colisionado con su otra mitad al fin y podria jurar que, durante el tierno abrazo aún con las bocas sellando el pacto eterno, no pude encontrar ninguna brecha, ningun hueco que pudiera indicar dónde terminaba mi alma y comenzaba la suya.



La tomé entre mis brazos y la levanté en el aire para dar una vuelta, ella rió, tomó mi mano y nos dirigimos afuera entre nuestros amigos y seres queridos que aplaudían

Nos quedamos en la puerta para tomarnos una fotografía y bajamos las escaleras. Nos arrojaron arroz y Julieta se quedó dura a la mitad del camino. El tiempo se detuvo, los granos blancos caian a una velocidad casi imperceptible

    - Amor, vamos! -tiré de su mano en vano-
 

 
Se quedó viéndome asustada, con los ojos tristes y llorosos

  - Santi veni a casa

 
- Que decís? Si ahora vamos a la recepción. A la casa nueva vamos a la noche

De repente el arroz cambió de color y se oscureció a un negro grisáceo. Extendí mi mano para verlo de cerca y eran cenizas. La mire a ella y su vestido blanco y brillante estaba siendo cubierto por el manto oscuro

- Dónde está Alma? -me preguntó-

 
- Con mis padres

Los señalé a un costado y no estaba la bebé,  tampoco Sebastián. Miré arriba y caían del cielo chispas de fuego ardiendo. Julieta comenzó a humear.

  - Cuidá a Alma... -lloraba desconsolada-

  -Donde está?! -La abracé y acaricie su cabello-

  - Andá a ver a Alma, por favor. Dijiste que todo iba a estar bien. Ya es tarde!

Todo se oscureció y quedamos nosotros dos rodeados de fuego, parecía el infierno. A la distancia habían riscos y debajo un castillo rojo a la par de un lago de sangre

- Mi amor tranquila, todo está bien -besé su frente-  lo puedo arreglar

  - Andá por favor, Santiago. Andá a ver a Alma...
 

  - Julieta... -comencé a asustarme-

Su piel se oscureció y tomó la misma tonalidad que las cenizas que la cubrían, sus ojos estaban tristes y caían de ellos un rastro abundante de lágrimas

ContratiemposDonde viven las historias. Descúbrelo ahora