CAPÍTULO 30

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NICKI

El abrazo cálido de mi abuela me envuelve en una sensación de seguridad en el instante en que abre la puerta de su casa. La brisa fresca del jardín llena mis pulmones, y el aroma a tierra húmeda me recuerda la calidez del hogar.

—Nicki, mi niña hermosa, ¿cómo estás? —pregunta con cariño, sus ojos llenos de una preocupación que solo una abuela puede mostrar.

—Hola, abue. Estoy bien —respondo, intentando que mi sonrisa parezca tan genuina como la siento. Pero en el fondo, la verdad es que me siento agotada y abrumada por los constantes viajes y jetlag que tengo en mi cuerpo.

—¿Estás comiendo bien? ¿Descansando lo suficiente? —su mirada fija en mí mientras nos separamos del abrazo me hace sentir como si pudiera ver a través de mi fachada.

—¡Hola, mamá! —interviene mi madre, uniéndose a nosotras en la entrada con una calidez que contrasta con la fría realidad de mi trabajo.

—Hola, hija. —Saluda mi abuela a mi madre con otro abrazo igual de cálido, y por un momento, el mundo parece más pequeño y manejable.

—Sí, abue. Estoy comiendo bien —respondo mientras caminamos hacia la sala, donde las fotografías familiares enmarcadas cuentan historias de tiempos más simples.

Ella se sienta en el sofá, el cuero cruje bajo su peso. —Te noto más delgada, ese Lorenzo te está exprimiendo —comenta, su preocupación casi palpable.

—Abue, de verdad estoy bien. Papá no me está exprimiendo, son solo los viajes que me están pasando factura —intento tranquilizarla, tomando asiento a su lado. Pero mi mente sigue regresando a Logan y a la tensión no resuelta entre nosotros.

Mi abuela asiente con una expresión dubitativa, pero su gesto se suaviza cuando siento sus manos arrugadas entre las mías. El contacto físico parece darme un poco de consuelo, aunque el nudo en mi estómago persiste.

—Si tú lo dices, Nicki, pero no quiero verte descuidada. ¿Me prometes que te cuidarás? —me pide, buscando confirmación en mis ojos.

—Te lo prometo, abue. Me cuidaré mucho —mi voz suena más firme de lo que me siento en realidad. Las palabras de mi abuela resuenan en mi mente, pero el pensamiento de Logan sigue pesando en mi corazón.

Nos acomodamos en el sofá, rodeadas por el aroma a madera envejecida y a comida casera que se filtra desde la cocina. El calor de la tetera crea pequeños remolinos de vapor que llenan el aire, y el sonido de la tetera chisporroteando es casi terapéutico.

—¿Quién quiere té? —pregunta mi abuela, con una sonrisa amplia que es casi contagiosa.

Aceptamos con entusiasmo, agradecidas por su gesto. El aroma del té de manzanilla envuelve la habitación, creando una atmósfera de paz que me resulta tanto reconfortante como un recordatorio de lo que estoy perdiendo en mi vida personal.

Mientras disfrutamos de pasteles recién horneados, compartimos historias y recuerdos. La luz suave de la tarde se filtra por las cortinas de encaje, envolviendo el salón en un resplandor dorado que parece destacar la nostalgia en el aire.

—¿Qué tal el trabajo, cariño? —pregunta mi madre con un tono casual, pero con un brillo inquisitivo en los ojos.

Pienso en Logan, y mi corazón da un vuelco al recordar la intensidad de sus ojos y la suavidad de sus labios. Mi mente se llena de recuerdos de nuestras discusiones acaloradas y de los momentos de acercamiento inesperado.

—Podría decirse que aprendimos a trabajar como dos personas civilizadas —murmuro, sin poder evitar una sonrisa al pensar en las recientes interacciones con Logan.

Curvas Peligrosas [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora