CAPÍTULO 41

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NICKI

El sol de la mañana se filtra a través de las cortinas de mi habitación, pero la luz apenas logra penetrar el pesado telón de mis pensamientos. Me despierto sintiéndome igual o incluso peor que ayer. La sensación de náusea es persistente, como un peso frío y húmedo que se asienta en mi estómago. Mi cuerpo se siente cansado, y mi mente sigue atormentada por la confusión y el dolor que parecen no dar tregua.

Me levanto lentamente de la cama, sintiendo el mareo al sentarme en el borde. Mis movimientos son torpes, como si cada paso estuviera cargado con el peso de mis preocupaciones. La temperatura en la habitación es agradable, pero no consigue alejar el malestar que me invade. Me dirijo al baño y me miro en el espejo. La palidez en mi rostro es evidente, y los ojos hinchados reflejan una noche de mal sueño y angustia. Mientras me visto, el sonido de mi madre en la cocina se filtra a través de la puerta entreabierta. Su voz es suave y maternal, un contraste reconfortante con el caos que siento dentro. Oigo sus pasos en la cocina, acompañados por el sonido de utensilios y el murmullo de la radio, que emite una melodía alegre que no hace más que aumentar mi sensación de desajuste con el mundo exterior.

Me acerco a la puerta y la abro con cuidado, permitiendo que el aroma del desayuno recién preparado llegue a mis sentidos. El olor a café fresco y pan tostado se mezcla con el leve aroma de la comida cocinada, creando una atmósfera cálida que contrasta con el frío que siento en el pecho.

En la cocina, mi madre está de pie junto a la encimera, con un delantal blanco y el cabello recogido en un moño. Está preparando el desayuno con una habilidad tranquila, sus movimientos son gráciles y seguros. Mientras trabaja, le habla a Milu, que está sentada en la esquina del suelo, mirando con curiosidad cada movimiento de la cocina.

—¿Y tú qué opinas, Milu? —le dice mi madre con una sonrisa, sus ojos brillando con una ternura genuina. —Creo que este desayuno le va a encantar.

Milu responde con un maullido, su cola se mueve de un lado a otro en una expresión de expectativa felina. La interacción entre mi madre y la gata es un pequeño consuelo, una nota de normalidad en medio del torbellino emocional en el que me encuentro.

Me acerco a la cocina con pasos lentos. Mi madre levanta la vista al escuchar el suave crujido de la puerta. Su mirada se suaviza al verme, pero la preocupación no se ha desvanecido de su rostro.

—¡Feliz cumpleaños, cariño! —dice, su voz llena de calidez, aunque sus ojos escudriñan mi expresión con una preocupación evidente. —¿Cómo te sientes hoy?

—Gracias, mamá —respondo, intentando sonreír, pero la sonrisa se siente forzada y no llega a mis ojos. —Me siento... igual que ayer, la verdad. No creo que pueda disfrutar mucho del día.

Ella se acerca y me coloca una mano en la frente, su toque es fresco y reconfortante. La preocupación en su rostro es palpable, pero también hay un esfuerzo por mantener una actitud positiva.

—Quizás el desayuno te ayude a sentirte mejor —sugiere, intentando darle un giro optimista a la situación. —Toma asiento, te he preparado tus cosas favoritas.

Me siento en la mesa, el dolor en mi estómago parece intensificarse a medida que me acomodo. Mi madre sirve el desayuno frente a mí: una combinación de tostadas crujientes, huevos revueltos y una porción generosa de frutas frescas. Aunque el aroma es tentador, la idea de comer me resulta poco apetecible. Mientras intento comer, el silencio entre nosotros es interrumpido solo por el sonido de los utensilios contra los platos y los suaves maullidos de Milu, que parece estar esperando una pequeña muestra de lo que estoy comiendo. Mi madre me observa en silencio, cada vez más consciente de mi falta de entusiasmo. Su mirada, llena de preocupación, se mezcla con un rastro de tristeza.

Curvas Peligrosas [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora