NERVE

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El tiempo se arrastraba como la arena en un reloj de arena gigante. La oscuridad envolvía mi habitación, y una sombra se dibujó en la ventana. Un hombre. Sus labios se movían como si estuviera saboreando algo.


¿Qué significaba aquello?


Se oyeron gritos provenientes de la planta baja y salí disparada, casi caí por las escaleras; aun así, mis hermanos consiguieron llegar primero. La señora Rosa estaba bastante alterada, frenética, con las lágrimas que se asomaban en sus ojos, y temblorosa. Le tomó algo de tiempo pronunciar palabra. Parecía que sufrió un susto tremendo, no la culpo, también tenía miedo, alguien me estaba espiando. Charles le ofreció un vaso de agua que ella no dudó en rechazar. Cómo si eso fuera algo malo.


-Rosa, explíqueme... ¿qué sucede? -preguntó mi padre, buscando calmarla.


-Ha... había... escuché un ruido -decía la señora Rosa, con la voz entrecortada-, eran de pasos... Salí de mi cuarto para ver quién era. Encontré vasos de agua junto a todas las puertas de la casa, menos la de su estudio, señor. Pensé que era uno de los niños jugándome alguna clase de broma.


Algo no me cuadraba. Mi padre se mantuvo impasible.


-Me dirigí a la cocina, y fue cuando lo vi.


-¿A quién? -preguntó mi padre.


-¡Un hombre, señor Salvatierra!, ¡vi a un hombre en la ventana! -La pobre estaba hecha un manojo de nervios.


Algo en mi interior me impidió comentar lo sucedido en mi habitación. Mientras, todos ayudamos, presté especial atención a mi padre; quien colaboraba recogiendo los vasos de agua. En su cara me pareció vislumbrar un asomo de orgullo o diversión, apenas perceptible.


-Deja que lo agarre... ¡¿Qué clase de broma significan esos malditos vasos?! -exclamó la señora Rosa, con lumbre en los ojos.


Me sentía en una calle sin salida. Yo sabía por qué había un vaso en mi habitación. Eso había sido un juego, una prueba para ver hasta dónde llegaría. Pero ahora, todo se había salido de control.


«¿De esto se trata su juego?, ¿quiere que acepte mi culpabilidad?».


Él estaba llevando las cosas demasiado lejos, sus advertencias y descabellados jueguitos de cinismo, estimulaban mi renovado deseo de volver a ese lugar, al contrario de alejarme.


El hombre en la ventana... «¿tendrá que ver con esto?, ¿busca despistarme?». Dudé. Ambos episodios no podían estar relacionados, no obstante, mi padre no lucía como un hombre al que se le acababa de meter un extraño a su casa.


No sabía qué pensar. Me negué a la idea de que fuera él quien me veía a través de la ventana; además, no había forma de que él hiciera todo tan rápido.


Los días siguientes fueron una pesadilla; más vasos siguieron apareciendo junto a mi puerta. Una noche, el gato de la familia, Nerve, lo noté bebiendo agua de uno de esos vasos. Quiso entrar a mi habitación, mas no lo dejé.

Estigmas de TintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora