LA BIOGRAFÍA

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Más de un siglo, casi dos, separan al autor de estos días del hombre que abrazó a la muerte para abrazar a la vida. Ese elemento temporal fue suplido con esmero por el doctor Alberto Cabello y gracias a él podemos incluir a Marcos, el hombre sin apellido, en el sentimiento de lo nuestro, como un miembro de la propia familia, como uno de nuestros amaneceres de luz o encontrarlo en el lienzo dorado de los crepúsculos.

Es la historia de la muerte de una persona, es su semblanza, es una proyección que alguien recoge con celo, para evitar que el tiempo se vuelva aliado del olvido y deje envuelto en la densidad de la niebla, acciones e ideales de quienes dejaron un testimonio de vivencias que, por su propia vitalidad y ejemplo, deben servir a las presentes y futuras generaciones a compartir las huellas que dejaron en su paso por la tierra.

No es fácil escribir sobre la vida de alguien, y menos de Marcos, simplemente porque es una figura cuya existencia es en extremo polémica, defendido por unos y vilipendiado por muchos. No resulta fácil reconstruir una vida y acercarla al lector en un lenguaje llano, fluido y ameno, sin ser contemporáneo o pertenecer a la generación del hombre que llena las páginas de su libro.

A Marcos se le ha tildado de todo: aventurero, oportunista, invasor, asesino, mujeriego, magnánimo, implacable y hasta hacedor de horrores; sin embargo, el hombre sin apellido fue un oficial y político a quien correspondió gobernar un pueblo, que él había tomado en el año 1824, y que, como el mismo reconoció, había ensangrentado para asumir el gran reto que significaba su futuro.

Creemos que su infancia y pubertad debieron haber transcurrido como la de todos los muchachos de la época, sin mayores problemas y responsabilidades. Su familia «era de origen noble».

Su educación social y su cultura intelectual eran medianas. Su temperamento era violento e irascible y lejos de modificarse con la educación adquirida, la que en realidad es justo reconocer, que en aquella época era sumamente elemental. Todo su ser desembocaba en un resentimiento irrefrenable hacia todo aquel que fuera un obstáculo entre su destino. Era cruel y odiaba a muerte a sus enemigos.

«... el hombre que abrazó a la muerte para abrazar a la vida», la cita es correcta. El día en que tomó el pueblo y se propuso traicionar el pacto... el día en que su corazón era el blanco de un nativo en su último aliento, fue el día en que abrazó a su hijo para usarlo como escudo. Cada latido apagado de su vástago, era un pulso adquirido de nueva vida.

Ese día los nativos vieron la cara del mal, ese día se sembró la semilla de la oscuridad en el pueblo de Acatute. Los nativos desaparecieron, pero, ¿y sus almas?

Estigmas de TintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora