EL CONSUELO DE SANTIAGO

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—Auxilio! ¡Auxilio!

—¡Estoy aquí... ayúdenme!

Santiago gritaba mientras toneladas de escombros lo aprisionaban. Sabía que los bomberos buscaban sobrevivientes, pero el complejo era inmenso. Sus gritos se perdían en el caos de la superficie. ¿Quién hubiera pensado que el extraño hecho de que aún funcionaran los tanques de oxígeno le daría un poco de esperanza? Al principio, creyó que podría salir de allí, pero al tercer día, la desesperación lo envolvió por completo.

Supuso que no lo lograrían, no con vida al menos. La inanición sería lenta, tortuosa. El cuerpo empezaría a descomponerse, a consumir sus propias reservas. Perdería el cabello, su piel se volvería escamosa y se hincharía. Los primeros en morir fueron los más afortunados, pues no tendrían que enfrentarse a la terrible tentación de alimentarse de sus seres queridos.

Los cuerpos de sus hijos y de su esposa yacían a pocos metros, frente a sus ojos. Su único consuelo era la barrera de escombros que lo separaba de ellos, impidiéndole ceder a sus más oscuros instintos.

Estigmas de TintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora