PRÓLOGO. Vorágine

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No podía despegar los ojos de él, ese marrón verdoso de sus pupilas que hacía las mías dilatarse de la emoción que me recorría sin si quiera tocarnos.
Estaba viendo de nuevo todo lo que el primer día ignoré dejándome llevar por una simple discusión ajena.
Ahora no podía dejar de observarle, su mandíbula tensa ante el tacto de mis manos en las suyas, sus labios entre abiertos esperando que se me ocurriera algo más que arrebatarle por su dichoso carácter y esas pestañas revoloteando como si de las alas de una mariposa se tratasen, pero las únicas mariposas existentes ahora mismo eran aquellas que me hacían volar sobre el suelo.
No podía pensarlo más, si dejaba pasar un segundo más algo nos haría volver a discutir de forma absurda, y la única razón por la que pretendía discutir de ahora en adelante era porque los labios de Juanjo Bona rozasen otros que no fueran los míos.

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