18. Él crea una vorágine.

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Acabábamos de dejar a Pedro con Amelia hacía apenas cinco minutos atrás. Se había vuelto loco cuando esta nos abrió la puerta, apenas se ha despedido de nosotros ya que estaba ocupado recorriendo toda la casa a sus anchas. Amelia tenía pienso para aguantar durante todo el fin de semana, así como la cartilla veterinaria por si ocurría alguna urgencia y de igual forma los juguetes que Ruslana le había comprado hacía poco junto a la cama y los empapadores puesto que aún de vez en cuando se le escapaba algún pis en casa.

Con un par de besos sobre su cabezota Amelia cerró la puerta corriendo para que la despedida fuera menos dolorosa, pero aun así mientras cargábamos el coche de Juanjo con las maletas, mi cabeza no era capaz de pensar en otra cosa que en esa bola negra de cuatro patas que aún se tropezaba de vez en cuando correteando por el parque. ¡Si solo llevaba seis paseos! La paternidad me estaba volviendo loco.

- ¡Martin! - me grita Ruslana moviendo un brazo delante de mí - Venga, que ya está todo.

- ¿Ya? - digo mirando al maletero donde Juanjo coloca la mochila que Ruslana ha cogido para pasar el finde.

- Si, ya he colocado todo. ¿Te falta algo? - me pregunta Juanjo estirando su mano para cerrar el maletero.

- Si hay hueco para mi mochila lo agradecería, así no me molesta delante.

- Pues claro que lo hay tonto, trae dame.

Sin dejarme mucho tiempo para darle la mochila, me la quita acercándose a mí para colocarla junto a la de Ruslana para cerrar después el maletero. Cuando alza la mano para bajar el enorme portón su camiseta se eleva un poco dejando ver parte de su torso al cual soy incapaz de quitarle la mirada hasta que la camiseta vuelve a su sitio y Juanjo se apoya un poco en el coche para mirarme expectante por lo que pueda hacer yo.

- ¿Por qué sigues aquí? - dice entonces.

- Ah, no... yo... solo quería ver que cerraba bien. Si eso es, cierra perfecto - balbuceo nervioso sintiendo como mis manos sudan metidas en los bolsillo de mi vaquero.

- Claro que iba a cerrar, si va medio vacío - se ríe de mí Juanjo.

- Manías mías - me defiendo encogiéndome de hombros.

- Llevas unos días más raro hijo mío... - su risa hace que esas palabras suenen con menos importancia de la que tienen.

Llevo unos días raro. Por supuesto que llevo unos días raro, y es que desde que el miércoles en mi cabeza se afirmó la idea de que estoy empezando a sentir cosas por él más que una estúpida amistad no he podido dejar de sentir como todo lo que antes era cotidiano junto a Juanjo ahora me pone nervioso y hace que mi mirada se vuelva difusa por culpa de las tropecientas mariposas que no paran de armar jaleo en mi maldito estómago.

Por suerte Juanjo no parece haberse dado cuenta del todo del motivo, simplemente estoy raro y de ahí no pasa nada. ¿Cómo se iba a dar cuenta? Es obvio que ese pensamiento a él no se le pasa por la cabeza ya que lo último relacionado con el tema que me oyó decir es que en mi vida estaría con él y que no es para nada mi tipo.

¿Por qué en tan poco tiempo iba a cambiar mi opinión?

Porque es Juanjo Bona, y lo que él produce en cada persona que toca no es algo simple, sino que genera una maldita vorágine de sentimientos demasiado fuerte como para poder controlarla o ser capaz de identificarla antes de que tenga lugar.

Odio a los hombres y esa capacidad de provocar todo eso sin ser conscientes. Me odio, sí.

Ocupo mi asiento de copiloto sin rechistar como hace Ruslana cuando se instala detrás de mi asiento con su almohada para el cuello lista para usar. La echo un vistazo mientras se coloca los cascos y Juanjo ocupa su asiento de conductor.

Vorágine.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora