1

280 16 1
                                    

Bailo...

Canto...

Me divierto...

Y, de paso, le hago ojitos a Greg, el guitarrista que toca en el escenario junto a mi
amiga, la famosa cantante Yanira, y sé que tengo una buena noche por delante.

Estamos en Oregón, en la última ciudad de la gira musical de Yanira y, como
Joaquín, mi ex, tiene a nuestra hija Antonia —mi Gordincesa para mí— y yo tengo
un par de días libres en el restaurante en el que trabajo, he cogido un vuelo y me
he venido para estar con Yanira.

Mientras la veo cantar y moverse con sus bailarines, sonrío. ¡Pero, qué bien lo hace,
la jodía!

Aún recuerdo sus comienzos cantando por los hoteles de Tenerife y después en el
barco donde conoció al increíble Dylan, el hombre de su vida.
Y ahora, ¡mírala!, es toda una estrella a nivel mundial y yo estoy muy pero que
muy orgullosa de ella.

Aisss, mi tulipana, ¡si es que vale mucho..., mucho..., mucho!

Greg me mira de nuevo. Qué sexi está esta noche con ese chaleco sobre la camiseta.
Ambos nos entendemos sin hablar. No es nuestra primera noche juntos, ni
tampoco será la última, pero si algo tenemos claro los dos es que, una vez el sexo
se acaba, él sigue a lo suyo y yo a lo mío. Cero complicaciones.

Parece mentira que actualmente piense así, ¡pero es lo que hay!

Yo, que era la tía más romántica del mundo mundial y la que más creía en los cuentos de hadas, después de que la vida me diera un par de reveses fuertecitos en cuanto, al amor he terminado por creer que el romanticismo y todo aquello por lo que siempre he suspirado es cosa de las novelas que tanto me gusta leer y de unos pocos afortunados entre los que yo no me encuentro.

Sé que ciertas personas a las que ni siquiera tengo el placer de conocer me critican.
Pobrecita, mi madre, qué mal lo pasa en ocasiones cuando le llegan rumores a Tenerife. Pero a esos criticones resentidos que no les parece bien lo que hago ni cómo respiro, sólo les digo: ¡que os den por donde amargan los pepinos! Oséase, por el culo.

Y si digo esto es porque la vida es muy corta para vivirla sufriendo y preocupándose por lo que pensarán los demás. La vida hay que vivirla y disfrutarla porque mañana te cae un ladrillo en la cabeza y te vas a criar malvas para el resto de la eternidad.

Por tanto, y visto lo visto, he llegado a la conclusión de que, viendo a mi hija feliz y a mis amigos y a mi familia, el que éste o aquél me vea ordinaria, malhablada o mala persona no me va a restar un segundo de felicidad, porque tengo muy claro que, mientras ellos pierden su vida hablando de mí, yo vivo a tope y disfruto de los buenos momentos.
Y los disfruto porque, desde que dejé al idiota de Toño, que fue el novio con el que más tiempo estuve, por mi vida han pasado diferentes tipos y tipas que me han hecho darme cuenta de que en lo que al sexo se refiere debo pensar primero en mí, luego en mí y después en mí otra vez y, por supuesto, olvidarme del romanticismo. Oye..., que cada palo aguante su vela. Yo, con blindar mi corazoncito, pasarlo bien y cuidar a mi hija, ¡voy servida! Y digo que voy servida porque, tras el batacazo que me llevé con Joaquín, el padre de mi niña, Antonia, no quiero volver a sufrir. Me ilusioné, me abrí totalmente a él y, ¡zas!, me dejé los dientes contra el suelo, aunque reconozco que es un buen padre y en cierto modo un buen amigo hoy por hoy.

Por suerte, Joaquín y yo no llegamos a casarnos. Dios, la de veces que habré soñado con mi boda desde que era una adolescente... Pero si, por soñar, tengo hasta una foto guardada del vestido de novia más bonito que he visto en mi vida y que por supuesto nunca luciré.

Recuerdo que cuando conocí a Joaquín, el padre de mi Gordincesa, en el restaurante donde los dos trabajábamos, me noqueó.
Y no me noqueó por lo bueno que estaba, ni por los bíceps que tenía; al revés, Joaquín es el «anti» todas esas cosas. Vamos, que todavía me pregunto: ¿qué me llamó la atención de él? Porque, seamos sinceros, yo no soy gran cosa, soy más bien tirando a normalita, pero me gustan los tipos altos, grandotes y sexis, y Joaquín es calvete, bajito y hasta, si me apuras, podría decir que rechonchillo. Aun así, reconozco que, hasta que nació nuestra pequeña, él, absolutamente todo él, me volvió loca con sus atenciones y su cariño.

Oye, Morena ¿tú que miras? - Adaptación Caché Donde viven las historias. Descúbrelo ahora