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Claridad...

El sol entra por la ventana del hotel y, tras apartar las sábanas, me desperezo desnuda mientras hago la croqueta encima del destartalado colchón.

—¡Ohhh..., qué gustitoooooooo!

Abro los ojos, estoy sola en la cama y sonrío. Greg se ha marchado a su habitación, y suspiro al pensar en lo bien que me lo he pasado con él esta noche.

El sexo sin amor me resulta muy gratificante. Mientras lo practico, disfruto, me preocupo por mí, sólo por mí y, cuando la cosa acaba, el invitado se va a su camita y toda la cama queda para mí. ¡Solamente para mí!

De pronto comienza a sonar el tono de llamada de mi teléfono con la voz de mi hija, que canta: «Mami..., mami..., mami..., te dama papi..., papi..., papi. Mami..., mami..., mami..., te dama papi..., papi..., papi».

Sonrío. Antonia  es mi amor y el motor de mi vida.

Mi Gordincesa de dos años y medio es lo más salado que hay sobre la faz de la Tierra. Está con su padre en Los Ángeles, y rápidamente cojo el teléfono y oigo a Joaquín preguntar:

Hola, Poché; ¿sabes a qué hora vendrás a por Antonia  esta tarde?

Oír eso me sorprende. No hace ni veinticuatro horas que está con la niña y ya me está preguntando cuándo regreso a por ella.

Joaquín, no me he levantado todavía —respondo mientras me siento en la cama—. Además, creo que...

Escucha —me corta—, cuando vengas a buscarla, aparca el coche y sube a mi casa porque tenemos que hablar.

Oh..., oh... Me inquieto al oír eso y pregunto despertándome del todo:

—¿Antonia  está bien?

Sí..., sí, tranquila. Está con Agustina y está perfectamente.

Joder, Joaquín —le reprocho llevándome la mano al corazón al enterarme de que mi hija está con la novia de él—. Qué susto me has dado.

Oigo cómo sonríe. Lo imagino sonriendo mientras mira al suelo como siempre hace.

Tranquila —dice—. Pero cuando vengas a recogerla quiero hablar de un par de cosas.

Vale..., vale... Aparcaré y subiré. Pero no creo que llegue antes de las seis. Hasta luego.

Una vez cierro mi móvil, suspiro y me tranquilizo. Mi niña está bien. Sonrío. Sé que Joaquín la cuida y la quiere tanto como yo, y que Agustina, su novia, también.

Me levanto trabajosamente y recojo del suelo las bragas, el sujetador y el vestido que llevaba anoche mientras sonrío con placer. Lo dejo todo sobre la cama y me voy directa a la ducha.

Al entrar en el baño, me miro en el espejo. Vaya pinta que tengo de haber tenido una noche movidita en cuanto al sexo se refiere.

Riéndome estoy cuando, de pronto, algo llama mi atención y murmuro horrorizada observando mi cabeza:

Joder..., ¿esto es una cana?

Por Dios..., por Dios..., ¡qué horror!

Y, de pronto, me acuerdo de que mi madre siempre me ha dicho que a ella se le llenó la cabeza de canas a partir de que fue madre.

No me jorobes con la genética. Físicamente soy como ella..., ¿me sucederá igual?

¡Ya soy madre!

¡Ay, Diosito!

Oye, Morena ¿tú que miras? - Adaptación Caché Donde viven las historias. Descúbrelo ahora