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Tras un viaje de casi diez horas en el que me las ingenio para parecer la alegría de la huerta y obviar el tema que sé que ambas tenemos en la cabeza, cuando dejamos atrás el pueblo de Hudson y al rato pasamos por debajo de un cartel que dice RANCHO AGUAS FRÍAS, aplaudo.

La verdad, no sé si aplaudo porque llegamos o porque, con un poco de suerte, dentro de unas horas estaré sola en una habitación y podré dejar de sonreír como una mema.

Daniela detiene el vehículo.

Ahora ya está muy oscuro, pero mañana ya verás qué lugar tan bonito.

Asiento. Y, sacando mi móvil del bolsillo del pantalón, digo:

Voy a enviar un mensaje a Yanira y a las chicas para decirles que estoy aquí contigo.

Al mirar mi móvil, de pronto veo algo que no me cuadra.

Oye, ¿por qué no tengo cobertura?

Daniela menea la cabeza y, tras hacer un gesto incómodo, indica:

Se me olvidó decirte que en el rancho la vas a encontrar con dificultad.

—No me jorobes.

Ella sonríe.

Es lo que tiene estar rodeados de montañas, y la abuela se niega a que esa modernidad entre en su rancho. Aquí ni siquiera hay teléfono. Sin embargo, en ocasiones he oído decir a alguno de mis hermanos que, moviéndose por allí —señala hacia una arboleda de la derecha—, alguna vez han pillado cobertura. Pero, vamos, no está asegurada.

Joder, Daniela —protesto—. Joaquín me llama cada tres días para que hable con Antonia. ¿Cómo voy a hacerlo?

Tranquila, mujer. En Hudson sí hay cobertura, y ya has visto que el camino es recto, por lo que puedes acercarte cuando quieras o yo misma te llevaré. Sólo debes decirle a Joaquín el horario para que te llame. Así no tendréis problema.

Asiento. Llegar a un sitio en el que no hay cobertura ni teléfono me mata. ¿Cómo pueden vivir así?

Me siento desconectada del mundo..., vamos, como si volviera a vivir en la prehistoria.

De pronto me fijo en unas vallas que hay a ambos lados del coche y, al ver a unos caballos correr, chillo como una posesa:

—¡Ostras, qué bonitos, ¿los has visto?!

Daniela me mira y sonríe.

Claro que los he visto. Te recuerdo que éste es mi hogar.

Encantada, miro a mi alrededor; Daniela arranca el coche de nuevo y veo unas luces que se van agrandando y distingo una casa de dos plantas, junto a otros edificios.

A medida que nos acercamos, veo que en el porche de la casa, atraídas por el ruido del vehículo, comienzan a congregarse varias personas, e, inconscientemente, me retuerzo las manos.

Tranquila. Mi familia te va a recibir con calidez. Ya lo verás —dice Daniela.

Asiento y sonrío. Cuando, un par de minutos después, Daniela por fin para el coche y ambas bajamos, oigo que dice:

Bienvenida a Aguas Frías.

Vuelvo a mirar hacia la casa y compruebo que varias de las personas que nos esperaban en el porche caminan ahora hacia nosotros, entre ellas, una jovencita que se acerca corriendo y se tira a los brazos de Daniela.

Has venido, tía..., ¡has venido! —grita la chica.

Deduzco entonces que debe de ser Nayeli, la que le dejó aquel mensaje en el contestador, y me convenzo de ello cuando pregunta:

Oye, Morena ¿tú que miras? - Adaptación Caché Donde viven las historias. Descúbrelo ahora