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La llegada a Los Ángeles es tranquila y, cuando veo a Dylan con los pequeños

esperando a Yanira, sonrío. Qué tío, se desvive por mi amiga y los niños, y eso me

hace tremendamente feliz.

Observar cómo Dylan y Yanira se abrazan, se miran y se besan me llena el alma,

aunque siento una pequeña punzada en el corazón al ser consciente de que yo

nunca tendré algo así.

Una vez me despido de mi amiga, de Dylan y de los peques, voy hasta el parking

del aeropuerto. El día anterior dejé mi coche allí para ir a Oregón.

Al entrar en el vehículo, el olor de Antonia  inunda mis fosas nasales. Bueno, más

que su olor, es el olor a chuches y bollos deshechos en la parte trasera del coche.

Pero no importa. Es mi coche y el de mi hija y, aunque lo mancha cada vez que se

sube, se lo perdono.

Una vez llego al barrio donde viven Joaquín y su novia Agustina, aparco. No sé de

qué quiere hablar mi ex conmigo, pero sin duda parecía importante.

A paso rápido, llego hasta el portal, lo abro y subo en el ascensor hasta la quinta

planta, donde sonrío al oír la voz de mi pequeña cantar. Es una cantarina, se pasa

el día cantando como su tía Yanira y, cuando Joaquín abre la puerta y mi cantarina

corre a mis brazos, soy muy... muy feliz.

La abrazo. Me deshago en mimos hacia ella, luego la miro y digo:

Dame un mua... muy... muy grande.

Encantada, mi niña se apresura a quitarse el chupete y posa sus dulces labios sobre

los míos para besarme. Espachurra su carita contra la mía y yo me siento la mujer

más feliz del universo.

¡Me encantan nuestros muas!

Cuando acaba nuestra demostración de amor, la miro y pregunto:

Gordincesa, ¿qué haces con el chupete?

Antonia  hace una de sus caídas de ojos, ¡pero qué artista que es mi niña!, se quita

el chupete de la boca y susurra:

Mami..., el tete es mío.

Sonrío. Claro que el tete es suyo.

Nos está costando Dios y ayuda desarraigarla de su tete, como ella dice, pero

bueno, hemos decidido tomárnoslo con filosofía. Digo yo que, cuando tenga diez

años, ya no lo querrá.

Tras besitos y arrumacos, Agustina, que, todo sea dicho, es un amor de mujer, se

lleva a Antonia  a ver la televisión y Joaquín me hace una seña para que lo siga a la

cocina.

Allí, saca dos cervezas y, tendiéndome una, dice:

Siéntate.

Esa palabra de pronto me asusta. Malo..., malo. Lo miro e indico:

Oye, Joaquín, me estás asustando. ¿Qué pasa?

Me siento como ha pedido y él se sienta frente a mí y dice:

Ayer, cuando cerramos el restaurante, apareció tu jefe.

Oye, Morena ¿tú que miras? - Adaptación Caché Donde viven las historias. Descúbrelo ahora