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Esa noche, tras pasar una tarde en la que mi cabeza no deja de pensar nada bueno, dejamos a una salada Flor en su casa y continuamos hacia el rancho.

Cuando llegamos, veo a Daniela al fondo, apoyada en la cerca hablando con otros hombres. Mi corazón se acelera. ¿Por qué seré tan idiota?

Madison para el vehículo y nos miran. Con una fingida sonrisa, los saludo con la mano y sonríen, mientras Mafe se apea y va a saludarlos.

Cuando Madison y yo nos bajamos, ella me mira.

Gracias por ayudarme a explicarme con Mafe.

Me apeno, pero afirmo con un cariñoso gesto:

Aquí estoy para lo que necesites. Demasiado buena has sido que no le has contado lo de Chenoa y Tom.

Ella se encoge de hombros.

—¿Para qué decírselo? Tanto si ella existiera como si no, no volvería con su hijo, y no quiero hacerla sufrir más de la cuenta. No se lo merece.

Ambas estamos de acuerdo en eso, y, al ver a Mafe entrar en la casa, Madison añade:

Voy a ayudarla a preparar la cena.

Vale —asiento desde mi mundo de cristal.

Una vez se aleja, al ver que Daniela no se acerca a mí, me vuelvo y camino hacia la cabaña. Soy imbécil. ¿Cómo me dejo embaucar por ella? Pero, mientras camino, también soy consciente de que nunca me ha prometido nada. Daniela se lo está tomando como un juego, y soy yo, y sólo yo, la que se hace pajas mentales con respecto a ella.

De pronto, oigo unos pasos rápidos detrás de mí.

Eh, morena, ¡espérame! —grita Daniela.

Consciente de que nos miran demasiadas personas, me paro y, cuando mi vaquera llega hasta mí y me va a dar un beso, a diferencia de otras ocasiones, en las que colaboro con todo mi ser, esta vez ni me muevo.

Tan poca efusividad dará que hablar.

Uf..., uf... ¿A que le cruzo la cara de un guantazo?

Mira qué bien. Así no se aburren.

Muy sorprendida por mi contestación, Daniela me clava la mirada.

—¿Qué te ocurre?

—Nada.

Sus ojos buscan los míos y, cuando los encuentran, comenta:

Ha dicho mamá que habéis estado en el mercadillo de Lander.

—Sí.

—¿Has comprado cosas?

Sí.

—¿Mamá y las chicas se han portado bien contigo?

—Sí.

Mis escuetas respuestas le hacen saber que me ocurre algo. No sé si imaginará que lo he visto allí con la pelirroja. Entonces, se quita el sombrero y va a decir algo cuando salto:

Tu abuela me ha llamado mujerzuela, y la idiota de Chenoa, indecente. Esta última nos ha visto en el río esta mañana.

Daniela levanta una ceja. Al parecer, cree que ése es el motivo de mi cabreo.

Lo que digan ellas no tiene que preocuparte —murmura.

Me muerdo la lengua.

Siento unas irrefrenables ganas de gritarle, de empujarla, de decirle que la he visto con Arizona, pero me callo. Es lo mejor. Sin querer, rememoro cómo horas antes me hizo el amor, cómo me besó, cómo me miró, y maldigo a la tonta que hay en mí, que sigue creyendo en el amor, en la magia, en el romance. Luego, sin ganas de alargar la charla, le enseño las bolsas que llevo y digo:

Oye, Morena ¿tú que miras? - Adaptación Caché Donde viven las historias. Descúbrelo ahora