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PERDÓN LO TARDE
En chile son las 00:07, por cierto de donde son ustedes?


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Los días pasan despacio desde que mi niña no está conmigo y la añoro a cada instante, aunque cuando hablo con mis amigas disimulo para que no se pongan muy pesaditas y dejo ver la tía fuerte que sé que en el fondo soy. Aun así, oye, los fuertes también tenemos debilidades, y mi gran debilidad es mi Gordincesa.

En estos días he hablado con ella y eso me llena de felicidad, aunque cuando miro sus juguetes o su ropita en el armario se me parte el corazón.

Salir con Marc noche sí, noche también ya es habitual, hasta que todo se tuerce.

Tras una exquisita cena, decidimos ir a un hotel. Por una vez no quiero que la vecina me oiga. Allí, tras una sesión de sexo, de pronto él recibe una llamada. En la pantalla veo que dice «Adelaine», y Marc se pone nervioso. Eso me da mala espina, y no precisamente porque yo quiera nada serio con él, que no lo quiero. Me da mala espina porque nunca me ha gustado tener nada con hombres casados ni comprometidos.

Hablamos, le pregunto quién es ella y al final me canta hasta La traviata y me entero de que la tal Adelaine es su novia y que los días en los que nos estamos viendo es porque ella está en Chicago por trabajo.

Me entra la risa. Soy así de imbécil, pero ¿por qué algunos tíos con pareja son infieles?

¿Acaso necesitan meterse en la cama con otra para mantener su hombría? De verdad que no lo entiendo. No entiendo esa falta de honestidad, pues no se dan cuenta de que ni tan sólo ellos mismos son felices, y que la mentira tiene las patitas muy cortas y algún día esa novia o esa mujer se enterará.

Esa noche, cuando me despido de Marc en la puerta del hotel, le pido que no vuelva a llamarme y borre mi teléfono de su móvil. Como dijo un día mi madre, no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti. Por tanto, ¡adiós, rubísimo Marc!

A las cinco de la madrugada, cuando me bajo del taxi y voy caminando hacia mi casa, coincido con Daniela frente al portal. Vaya tela... Vaya tela... Nos miramos, ambas sabemos muy bien de dónde venimos, y pregunto:

—¿Una buena noche? Daniela —con la que no he vuelto a cruzar palabra desde la fatídica noche en la que nos declaramos la guerra, a pesar de que la veo correr por la playa a menudo— me mira y, sonriendo, afirma mientras abre el portal:

—Seguro que tan estupenda como la tuya.

No lo dudes —miento, pues no estoy dispuesta a contarle mi nochecita.

En silencio, caminamos hasta nuestras puertas, las abrimos y, tras desearnos un feliz sueño, cada una entra en su apartamento para descansar.

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Dos días después, sin mi niña, sin trabajo y sin mis amigas, me siento más sola que nunca.

Triste y afligida, paseo por la playa pensando en mis cosas. Mi vida personal es un desastre. Mi vida laboral no existe y, como no me apetece machacarme más de lo que ya lo hago, comienzo a pensar en lo que las chicas me propusieron.

¿Debería aceptar su dinero y montar el negocio que siempre he querido?

Pienso en ello una y otra vez y no sé qué hacer. Por un lado, sé que soy capaz de llevarlo adelante. A trabajadora no me gana nadie, pero ¿y si sale mal?Agotada de mis pensamientos estoy cuando, al regresar a casa, veo las ventanas de Calle abiertas. Por ellas sale esa extraña música que escucha y, de pronto, una tía aparece en la terraza y, segundos después, sale ella.

Oye, Morena ¿tú que miras? - Adaptación Caché Donde viven las historias. Descúbrelo ahora