8

143 10 4
                                    

El 1 de septiembre, estoy abrazada con desesperación a mi niña en la puerta de casa.

Primero mis amigas, y ahora ella. ¿Qué voy a hacer un mes y medio sin ella? Agustina me observa desde el taxi, mientras Joaquín repite por décima vez frente a mí:

Te juro por mi vida que la voy a cuidar mejor de como la cuido aquí todos los días.

Asiento. Sé que va a ser así.

Entonces, mi niña me mira y pregunta:

Mami, ¿qué paza?

Sonrío y le pido:

Dame un mua muy... muy grande.

Ella me agarra del cuello y me lo da. Creo que me ha tronchado alguna cervical, pero no importa, quiero ese mua tan grande.

Cuando se separa de mí, la observo durante unos segundos. Me parece que estoy montando un drama, pero, como no estoy dispuesta a que mi niña se angustie por cómo me siento yo, sonrío y respondo:

Prométeme que vas a ser buena con papá y Agustina y les vas a dar muchos muas a los abuelos de Perú.

Ella asiente. No puedo ni imaginar qué pasará por su cabecita, pero sonríe.

Antonia, con su vestidito rojo y sus dos coletitas, me mira y replica:

Mami, uego veno, ¿vale?

Asiento... Asiento como una tonta, y Joaquín, al ver que voy a echarme a llorar, coge a la pequeña en brazos y dice:

Vamos, dale un último mua a mami, que nos vamos.

Mi niña vuelve a abrazarme y me besa.

Sentir sus bracitos alrededor de mi cuello hace que no quiera soltarla, pero al ver el rostro de Joaquín, intento sonreír y, tras besarla por enésima vez, repito:

Pórtate bien, cariño.

Vale, mami.

Dicho esto, Joaquín me da dos besos en las mejillas y camina hacia el taxi con mi pequeña en brazos. Se montan y se van mientras yo digo adiós con la mano y siento cómo las lágrimas corren por mi cara.

Cuando el taxi desaparece de mi vista, me vuelvo, camino hacia el portal y, de allí, a la puerta de mi casa, abro y entro. Sin pararme, voy hasta la cocina, donde cojo un vaso de agua y bebo. Necesito reponer todo el líquido que estoy soltando por los ojos. Madre mía, qué berrinche que tengo.

Vamos, ¡ni que no fuera a ver a mi niña nunca más!

Diez minutos después, con la nariz como un tomate, decido acabar con el drama. 

Enciendo el equipo de música y pongo a Beyoncé. Escucharla siempre me hace ponerme a bailar, pero lloro más mientras bailo, pues recuerdo cuando lo hago con Anto.

De pronto noto que el móvil, que llevo en el bolsillo trasero del pantalón vaquero, vibra. 

Un mensaje.

Tengo carne asada al horno; ¿te apetece?

Es Daniela, pero estoy tan negativa y desganada por la marcha de mi pequeña, que respondo:

No


Una vez envío el mensaje, me voy hipando al baño. Necesito una ducha, a ver si me tranquilizo.

Media hora después, cuando salgo vestida con una camiseta y unos pantalones cortos al salón, Beyoncé sigue cantando. Entonces oigo unos golpes en la puerta cerrada de la terraza. Sorprendida, camino hacia allí y, al retirar la cortina, me encuentro con Daniela.

Oye, Morena ¿tú que miras? - Adaptación Caché Donde viven las historias. Descúbrelo ahora