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Regalito

Pasan dos días más, en los que, tras nuestro encuentro en la cama, no volvemos a tocarnos íntimamente. No cabe duda de que estamos jugando con una bomba que cualquier día nos va a estallar en toda la cara, especialmente a mí.

Esa mañana, cuando me levanto, al salir de la cabaña, me encuentro a Daniela sentada en los escalones, tomando el sol. Ella sonríe y me saluda.

Buenos días, morena.

Buenos días —respondo.

Durante unos segundos, ambas levantamos los rostros en dirección al sol. Hace un día espléndido, pero esta vez Daniela no me pide un beso. No hay nadie cerca y, sin duda, puede pasar sin mi contacto.

¡Qué penita! Con lo bien que me saben sus besos mañaneros.

Me estoy comiendo la cabeza por ello cuando Calle se levanta y me coge de la mano.

Vamos —dice—. Hoy comienzan tus clases para montar a caballo.

—¿Ahora?

.

Mientras caminamos hacia el establo, los trabajadores que se cruzan conmigo me saludan y yo los saludo a mi vez.

Pero... pero no estoy preparada —le insisto a Daniela—, y...

—¿Hay que estar preparada para aprender a montar a caballo?

Es que no... no me apetece.

Pero ella no quiere escucharme, y tira de mí.

Si queremos salir a pasear a caballo por los alrededores, al menos debes saber manejarlos. Además, si mal no recuerdo, querías aprender, ¿no?

Asiento. Tiene razón. Camino de su mano cuando, al pasar junto al granero que están construyendo, nos paramos a observar.

—Es enorme —comento con admiración.

Daniela asiente.

Necesitamos espacio para guardar la comida de los caballos, entre otras miles de cosas.

Proseguimos nuestro camino y, cuando llegamos al establo, pasamos por delante de varios boxes, hasta que se detiene frente a uno y dice:

Te presento a Tormenta. Es una yegua mansa, buena y con mucha paciencia. Justo lo que necesitas.

Miro al animal. Me parece enorme, gigante y, dirigiendo la vista a Daniela, susurro:

—¿No hay ninguna más pequeña?

—¿Más pequeña? —Ríe abriendo el portón para entrar—. ¿Quieres montar un poni?

—Es una opción —afirmo más convencida.

Calle sonríe. Sin soltarme, me introduce junto a ella en el box y, tras ponerse detrás de mí, coge mi mano e indica mientras la pasea por el caballo:

Tranquila. Tormenta es una buena yegua. Tócala. Siéntela.

¿Que la toque y la sienta?

Ay, Dios mío, si yo sólo lo siento a ella y me muero por tocarla... Pero nada, sigo tocando a la yegua. En silencio, recorremos lentamente el lomo del animal. Como no me ve, cierro los ojos y disfruto de la extraña, alucinante e inquietante sensación.

Sin lugar a dudas, hasta me excita hacer eso con Calle.

Pasados unos segundos, Daniela suelta mi mano y yo abro los ojos. Entonces señala unas sillas de montar que hay en un lateral.

Oye, Morena ¿tú que miras? - Adaptación Caché Donde viven las historias. Descúbrelo ahora