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A la mañana siguiente, cuando me despierto, estoy sola en la cama, pero el olor a café recién hecho inunda mis fosas nasales.

¡Qué bien huele el café que prepara Daniela!

Hago la croqueta sobre la cama mientras pienso en lo ocurrido con mi buenorra y, sonriendo, rememoro la noche de pasión que hemos tenido.

Daniela es ardiente.

Daniela es tentadora y, sin duda, yo no me quedo atrás.

Todavía siento los labios calientes por sus besos y, si cierro los ojos, hasta puedo sentir cómo sus manos recorren mi cuerpo lenta y pausadamente. Estoy recreándome en ello cuando oigo:

Buenos días, preciosa.

Al mirar, la veo vestida tan sólo con su top deportivo y unos calzoncillos tiene una bandeja de desayuno en las manos.

Te dije que no me llamaras preciosa... —cuchicheo riendo—, no me gusta lo que significa para ti.

Sonríe. ¡Qué bribóna!

Se acerca hasta la cama, deja la bandeja sobre ella, se aproxima a mí y replica:

Tú eres Maria Jose y eres preciosa, divertida y encantadora. Nunca dudes que, hablando de ti, esa palabra no tiene el mismo significado que cuando hablo de las demás.

Vaya..., qué interesante —murmuro acercando mis labios a los suyos.

—¿Cómo está tu mano? —se interesa.

Me la miro y cierro el puño. Dejo el dedo pulgar fuera, como me dijo Moses, y afirmo:

Preparada para quien se pase conmigo.

Ambas reímos, nos besamos, nos tentamos, nos calentamos, hasta que la bandeja con el café y las tostadas cae al suelo y nos miramos entre risas.

Da igual —murmura ella—. Luego lo limpiamos. Hoy vamos a pasar el día entero en la cama. Ya he puesto el cartel de NO MOLESTAR.

Pero ¿qué dices? —Me río—. Hoy le dan el alta a tu abuela y...

No. Hoy no. Han llamado para decir que saldrá mañana.

—¿Por qué? ¿Ha pasado algo?

Daniela me guiña un ojo y murmura sin apartarse de mí:

Simplemente, quería hacerla rabiar y hablé con mi amigo.

Empiezo a reír y mi chica, mi vaquera, mi Caramelito, me hace con locura el amor.

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Al cabo de dos días, después de veinticuatro horas en las que no salimos de la cama y me duelen hasta los músculos que nunca duelen, cuando me despierto, estoy sola en la habitación. Miro a mi alrededor en busca de mi torturadora pasional, pero no la veo. Sonrío pero, de pronto, unas voces llaman mi atención.

Rápidamente me levanto de la cama y, al mirar por la ventana, veo a otros hombres que no conozco junto a Daniela y sus hermanos. Bromean. Dicen bravuconadas, y sonrío. ¿Por qué los hombres, cuando se juntan, son tan machotes?

Observo que Tom no está entre ellos, y que Lewis y Moses ríen como siempre separados y sin levantar sospechas. Estoy convencida de que, si esos hombres descubrieran su secreto, muchos de ellos les volverían la espalda. Por desgracia, aún hay personas que catalogan a otras por su sexualidad, olvidándose de que tienen sentimientos como ellos.

Oye, Morena ¿tú que miras? - Adaptación Caché Donde viven las historias. Descúbrelo ahora