Epílogo

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Rancho Aguas Frías, Wyoming, un año después

Y, por el poder que me ha sido otorgado, yo os declaro mujer y mujer.

Los aplausos me aturden.

Ay, Dios, ¡que me acabo de casar!

Enamorada hasta las trancas, miro a la mujer que adoro.

Daniela no puede estar más guapa vestida con ese precioso traje blanco, top blanco y, por supuesto, su sombrero de cowboy. Con el corazón acelerado, la miro cuando ella sonríe y dice:

Lo hemos hecho, morena.

Dios, ¡lo hemos hecho! —repito atontada.

Mi esposa me toma entonces entre sus brazos y me besa. Me da ese beso de amor que he tenido tan idealizado durante años y años, y yo lo acepto encantada, lo disfruto y se lo devuelvo. Mi pequeña Antonia aplaude en los brazos de Sora, que, todo hay que decirlo, se adoran mutuamente, y la abuela se ríe cuando mi hija la llama Yaya Pocahontas. Y Mafe, que no puede aplaudir porque tiene en brazos al bebé de Flor y Cold, nos mira emocionada.

Con mi precioso vestido de novia —ese que siempre quise y que Madison y Flor me regalaron un año atrás—, sonrío entre los brazos de mi ya esposa, que no puede estar más feliz, mientras salimos de la iglesia de Hudson convertidos en mujer y mujer y, cómo no, además de arroz, nos tiran alubias. Esta vez cierro la boca: no quiero quedarme mellada el día de mi boda.

Cuando me suelta porque la gente así lo pide, ambas comenzamos a recibir besos, felicitaciones y abrazos. Madre mía, ¡qué jartón de besos nos dan! Son tantos que ya no sé quién me ha besado ni quién no lo ha hecho.

Mi madre y mi hermana están contentísimas. Han viajado de Tenerife a Wyoming para asistir a la boda, y veo la felicidad en sus ojos, como la veo en los de Mafe y Sora.

Tras hacernos mil quinientas fotos, nosotras y todos los invitados, que no son más de cien, nos montamos en los coches y regresamos a Aguas Frías. Vamos a celebrarlo allí.

En el camino, miro mi mano. En el dedo luzco un precioso anillo que Daniela me ha comprado, como ella luce uno que le he comprado yo.

—¿Está feliz mi mujercita? —oigo entonces que pregunta.

Mucho.

Enamorada, acerco mi boca a la suya para besarlo cuando Sora, que va atrás con mi hija, Mafe y mi madre, dice:

Por el amor de Dios, Caramelito, ¡que vas conduciendo! Deja los besos para después.

Daniela y yo nos reímos, pero aun así nos besamos, ¡faltaría más!

Una vez en el rancho, todo el mundo deja los coches en la parte trasera de la casa y, en cuanto me apeo, busco a Yanira. No sé si nos hemos besado antes o no y, cuando nos miramos y ésta camina hacia mí, nos abrazamos y río al oírla decir:

Señora Calle, ¡enhorabuena!

La quiero. La adoro. Sin ella, mi vida nunca habría sido la que es, probablemente jamás habría conocido a la mujer de mis sueños, y le estaré eternamente agradecida.

Meses atrás, tras solucionar mi situación con Daniela, cuando dije que quería llamar a mi local «Oye, morena, ¿tú qué miras?», ella fue la primera en apoyar la moción. A los Ferrasa les pareció un poco arriesgado, pero aceptaron y, hoy por hoy, puedo decir que es uno de los locales de repostería más visitado y mejor considerado de Rodeo Drive y de todo Los Ángeles.

De la mano de mi amiga, camino hacia el granero cuando ésta dice emocionada:

Esto es precioso, Poch..., precioso.

Oye, Morena ¿tú que miras? - Adaptación Caché Donde viven las historias. Descúbrelo ahora