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Cuando despierto por la mañana en la cama de Daniela, hay una extraña oscuridad. Me muevo, mis pies chocan contra alguien y, al mirar, veo que me observa y murmura:

—Buenos días, morena.

Sonrío.

—Me encanta esta sonrisa mañanera tuya.

Sus palabras y cómo me mira son el inicio de una bonita mañana y, retirándole con la mano el pelo que le cae sobre los ojos, pregunto:

—¿Es todavía de noche?

Mi morenaza sonríe a su vez y murmura negando con la cabeza:

—No, mi niña, pero hoy amenaza lluvia y el día está nublado.

—Y ¿qué haces aquí todavía?

Daniela coge mi mano, se la lleva a los labios y, tras besarme los nudillos, susurra:

—Disfrutando de la preciosa vista que me ofrecías.

Ay..., ay..., ay... Algo le ocurre. ¿Por qué está tan romántica?

—Oye..., con respecto a lo de ayer...

—Arizona no significa nada para mí.

—Pero yo veo que...

—Créeme, morena, por favor.

La miro. No insisto y, tras levantarse, tira de mí y dice con una sonrisa:

—Olvidemos a Arizona y vayamos a la ducha. Tenemos que levantarnos.

Acto seguido, me carga sobre su hombro y, entre risas, nos duchamos y, lógicamente, volvemos a hacernos el amor.

Cuando salimos de la cabaña cogidas de la mano, levanto la vista al cielo y compruebo que está gris. Vamos, que va a caer una buena. Daniela mira a los dos caballos que sabe que me gustan tanto y dice:

—Hasta a ellos les resulta extraño que no haya madrugado hoy.

Eso me hace sonreír. Sin soltarnos de la mano, charlando, caminamos hasta llegar a las inmediaciones del establo y de pronto comienza a chispear. Nos encontramos con Lewis, que se coloca ante nosotras y pregunta:

—¿Todo bien?

Su gesto preocupado me hace gracia y, poniéndome de puntillas, le doy un beso a Daniela en los labios.

—¿Te parece bien esto? —pregunto a continuación.

Lewis sonríe, yo lo hago también, y Daniela le tiende la mano y le dice:

—Siento lo de anoche, hermano. Discúlpame, pero...

—No tengo nada que disculparte —replica él, y le coge la mano para luego abrazarla.

Los miro encantada. Sonrío y me apena saber lo que sé que Daniela no sabe, pero soy una tumba. Si Lewis me ha dicho que no diga nada, no seré yo quien lo diga. En ese instante oímos la voz de Mafe:

—Buenas casi tardes, dormilones.

Al mirarla, sonrío y ella pregunta:

—¿Te encuentras mejor, Pochesita?

—Sí. Ya estoy bien.

La mujer sonríe y, mirando a sus hijos, dice:

—Buscad a Cold y a Tom e id a Hudson. El párroco quiere comer con vosotros para hablar de la ceremonia.

Lewis y Daniela protestan. No les hace gracia esa comida, pero su madre insiste:

—Vamos. No me obliguéis a cogeros de las orejas y llevaros yo misma como cuando erais pequeños. —Ellos sonríen, y entonces Mafe indica mirándome—: Y tú vente conmigo. Hoy tenemos la prueba del vestido de novia.

Oye, Morena ¿tú que miras? - Adaptación Caché Donde viven las historias. Descúbrelo ahora