16

137 14 1
                                    


Pasan tres días durante los cuales nuestra mentira parece ir viento en popa y, de pronto, me veo saludando cordialmente a los vaqueros con los que me cruzo en mi camino por el rancho. Reconozco que son encantadores conmigo.

Todos siguen creyendo que soy la novia de Calle, y yo, feliz, dejo que lo crean, a pesar de que siento hachas de guerra clavadas en mi espalda cada vez que me cruzo con Pocahontas y Vaca Sentada. Sin duda, no les hace ni pizca de gracia que yo esté allí.

Voy a Hudson para hablar por teléfono con Joaquín y mi chiquitina. Todo va bien.

Escuchar su vocecita me levanta el ánimo, y cuento los días para volver a encontrarme con ella.

También hablo con mis amigas. Valeria, en París, se lo está pasando de vicio con su francés, y Yanira, Tifany y Ruth se divierten en Puerto Rico, rodeadas por su más que numerosa familia y bebiendo los famosos chichaítos.

Conozco a Flor, la novia de Cold y, como imaginaba, es un encanto de muchacha. Es rubita, ojos claros y tremendamente tímida. Por todo se pone roja, y es de las que no abren la boca por no molestar. Vamos, del todo diferente de mí, que no puedo quedarme calladita.

Esa mañana, cuando me despierto, como siempre Daniela no está.

Madrugar es algo propio del rancho y de mi madre y, aunque lo intento, yo no soy de levantarme en cuanto abren los ojos las gallinas.

Me levanto, me doy una ducha, me pongo una minifalda vaquera con unas bailarinas celestes monísimas que me regaló Yanira y salgo de la cabaña. Cierro la puerta y observo a los hermosos caballos que tanto llaman mi atención. Son increíbles, ¡preciosos!

Una vez me lleno de su positividad, miro a mi alrededor y veo que todo el mundo está ocupado. Hay quien lava a los caballos, quien los pasea, quien les da de comer, quien los cepilla y, al fondo, hay otros hombres trabajando en la construcción del granero. Los estoy mirando cuando veo salir a Chenoa del establo junto a Tom. Los observo y veo que, sonriendo, desaparecen de mi campo de visión.

Con ojo avizor, busco a mi vaquera, pero no la encuentro. Dudo qué hacer. No quiero moverme por no molestar, pero me aburro como una ostra. Estar allí de brazos cruzados no va conmigo y, mirando mi móvil, decido caminar hacia el lugar donde me indicó Daniela para ver si pillo cobertura y al menos puedo hablar con alguna de mis amigas.

Encantada por el bonito y soleado día que hace, camino, camino y camino, y pronto me doy cuenta de que las bailarinas que llevo no son el mejor calzado para andar por allí. No obstante, sigo, no doy media vuelta, aunque me estoy destrozando las plantas de los pies.

Voy protestando mientras levanto mi móvil al cielo a la espera de que capte señal.

Vamos..., vamos..., señal..., sé que estás por aquí, ¡manifiéstate!

Pero nada, la única que está pillando algo soy yo, y es una gran insolación.

No sé cuánto tiempo estoy así, hasta que de pronto oigo:

No te muevas.

Al volverme me encuentro a Madison, la ex de Daniela, que está apuntándome con un rifle. Su gesto es serio, vengativo.

—¿Qué... qué haces? —murmuro acojonada.

He dicho que no te muevas.

Pero me asusto. Joder, ¡que me está apuntando con un arma!

Pero... pero ¿qué haces?... —insisto mientras se me cae el móvil al suelo.

Quietecita o lo vas a lamentar.

Oye, Morena ¿tú que miras? - Adaptación Caché Donde viven las historias. Descúbrelo ahora