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La llegada a Los Ángeles es dura, y más al regresar, a mi hogar.

Cuando salí de allí no pensé que fuera a volver con tal mal sabor de boca. Una vez suelto las maletas en medio del salón, suspiro. Descorro las cortinas, abro la puerta de la terraza, el aire fresco del mar entra y siento que vuelvo a respirar.

Con cuidado, salgo a la terraza. No sé si Daniela se encuentra en su casa o no y, al mirar y verla cerrada, intuyo que no está.

Pero ¿dónde se habrá metido?

Consciente de que estoy totalmente descontrolada en cuestión de sentimientos, comienzo a pensar que quizá se ha replanteado una vida con Arizona. Y, si es así, ¿qué puedo hacer?

Con el corazón latiéndome a toda velocidad, entro de nuevo en casa, cojo mis maletas, las deshago y, al ver el vestido de novia, lo saco y lo guardo en mi armario. No quiero ni verlo.

Cuando llevo varias cosas al baño, aprovecho y abro el grifo de la bañera para que vaya llenándose. Echo mis sales aromáticas y su olor me recuerda a mi niña y a nuestros divertidos baños.

Como no quiero llorar por mi corazón dolorido, decido llamar a Joaquín para que sepa que ya estoy de vuelta. Rápidamente me pasa con Anto, y durante el rato que hablo con ella se me olvidan todos los males. Necesito a mi niña y, por suerte, antes de una semana ya la tendré de nuevo junto a mí.

Cuando el baño está listo, enciendo el equipo de música y pongo el CD de Keith Urban que Daniela me regaló. Necesito escucharlo.

Mientras canturreo, saco una cervecita de la nevera y me dirijo al lavabo. Allí, me desnudo, me meto en la bañera y, cuando el agua empapa mi cuerpo, suspiro de placer.

Mientras me baño, escucho las canciones que tanto me gustan y, en el momento en que comienza a sonar Somebody Like You, cierro los ojos y pienso en las veces que Calle y yo la hemos bailado mirándonos a los ojos.

Vale. Ya sé que no es la música que debería escuchar en estos momentos de bajón total, pero es lo que necesito. Soy como el resto de la humanidad. Ante el desamor, la tristeza y la pena, soy una masoquista y escucho las canciones de amor que me hagan recordar, maldecir, llorar y todo lo que me proponga.

No puedo ocultar lo que siento, es imposible mientras mi atontado corazón no deje de latir lentamente ante mi tristeza. Y ni que decir tiene que estoy perdida en un mar de dudas, dudas que tendré que olvidar, porque no va a merecer la pena buscarles una explicación.

Intento convencerme de que Daniela, la Daniela que siempre conocí, ha regresado y ha vuelto a blindar su corazón. ¿O quizá nunca lo desblindó y lo suyo fue puro teatro?

No tengo respuesta a esa pregunta, ni la tendré.

Sin duda, conociéndola, hará todo lo posible para olvidar mi nombre y mis besos y pasaré a ser una preciosa más para ella. O, peor, pasaré a ser una traidora, como en su tiempo lo fueron Madison, Arizona, Chenoa y Sora.

Pensar eso me hace sonreír con amargura. ¿Quién iba a decirme a mí que formaría parte de esa lista negra suya?

La tía dura que hay en mí me grita que me quiera, que no me arrastre en busca de explicaciones. Bastante he hecho abriéndole mi corazón a sabiendas de que podía salir mal.

Pero me desespero. Me desespero pensando en ella..., en cómo me abrazaba, en su sonrisa, en nuestros momentos divertidos... Al final llego a una única conclusión: se olvidará de mí, de nuestros besos, pero nunca de nuestros recuerdos, como yo tampoco los olvidaré.

Pienso..., pienso..., pienso..., mientras las canciones se suceden una tras otra y vuelvo a darme cuenta de lo sola que estoy.

¿Por qué no hice caso a mi cabeza?

¿Por qué no escuché a Yanira?

¿Por qué..., por qué..., por qué...?

Son demasiados porqués a los que no puedo contestar porque me lancé a la piscina sin flotador, ni manguitos y, al final, me he hundido.

Maldita sea, ¿cuándo aprenderé a nadar? O, mejor, ¿cuándo aprenderé a no tirarme a la piscina en lo que al amor se refiere?

Iba bien. Mi vida iba muy bien tras la última decepción con Joaquín. Había logrado fabricarme una excelente coraza que ningúna persona traspasaba, pero sin duda Daniela la traspasó y yo dejé que lo hiciera, y ahora la que ha perdido en todos los sentidos soy yo, y sólo yo.

Cuando estoy arrugada como un garbanzo, decido salir de la bañera y me tumbo en la cama. Doy mil vueltas, pero finalmente no me duermo. Necesito desconectar del mundo y de Daniela. Necesito olvidar y dejar de ahogarme en mi pena.

Pongo la canción que me hace sentirla a mi lado, la canto. Se acaba. La pongo otra vez, y entonces suena el timbre. Voy a la puerta, echo un vistazo por la mirilla y, al ver a mis chicas, abro la puerta y, mirándolas, murmuro a media voz:

—Odio el amor, ¡lo odio!

—Cuqui... —dice Tifany con cariño.

Ruth, Yanira, Valeria y Tifany me abrazan. Todas han acudido a mi rescate, y por primera vez en muchas horas siento que mi vida no se va a acabar, aunque siga escuchando esa bonita y maravillosa canción.

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Pobresita poché
Volverá daniela a su vida después de esto?

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Nos leemos luego

Penúltimo capitulo

Mañana final y epílogo

Oye, Morena ¿tú que miras? - Adaptación Caché Donde viven las historias. Descúbrelo ahora