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Cuando me despierto sola en mi cama, en lo primero que pienso es en mi hija.

¿Qué estará haciendo?

Remoloneo sobre el colchón y mis pensamientos pasan de mi hija a la mujer que vive al otro lado de la pared.

¿Qué estará haciendo ella?

Sonrío.

Recuerdo nuestra larga charla la tarde anterior que nos llevó hasta el amanecer. Además de ser una seductora redomada, Daniela me ha demostrado que es una mujer con la que se puede charlar, y eso hace que me guste aún más.

Pensando en ello, me revuelco por la cama cuando de pronto mi móvil suena con la cantarina voz de mi pequeña: «Mami..., mami..., mami..., te dama papi..., papi..., papi. Mami..., mami..., mami..., te dama papi..., papi..., papi».

El corazón se me desboca. ¡Mi niña!

Cojo el teléfono y, tras saludar a Joaquín, hablo con mi Gordincesa con una gran sonrisa en la cara. Está muy contenta, y me cuenta con su media lengua que ha comido judías marrones y que se lo pasa muy bien con sus primos.

Mientras la escucho, la imagino. Seguro que está gesticulando, moviendo sus manitas mientras habla y poniendo esos morretes que a mí me gustan tanto.

¡Dios! ¡Me la como, qué bonita es!

Tras charlar con ella durante varios minutos, pues se cansa y quiere irse a jugar, hablo con Joaquín, que me repite por enésima vez que todo está bien, y después colgamos.

Una vez dejo el teléfono sobre la mesilla, sonrío. Antonia me alegra la existencia.

Ya no concibo mi vida sin ella.

Cuando siento que estoy comenzando a ponerme tristona, cambio el chip y pienso en lo ocurrido el día anterior, e inevitablemente recuerdo el instante en que Dani y yo nos miramos en el salón y me lancé a besarla. Me tapo la cara avergonzada. ¿Por qué seré tan impulsiva? Sin embargo, cierro los ojos mientras me muerdo el labio inferior y pienso que aquel beso inesperado fue, como poco, colosal. Recordar cómo su boca se apretaba contra la mía y sus fuertes y grandes manos me sujetaban me hace suspirar, me calienta en segundos. Entonces, sin dudarlo, abro el cajón de mi mesilla y digo:

Ironman, te necesito.

Tumbada sobre la cama, me quito las bragas y pongo en marcha mi vibrador. Su zumbido consigue que mi estómago se revolucione, pero entonces pienso que quizá Daniela pueda oírlo, y lo apago.

¿Cómo pueden ser tan indiscretas las paredes?

Rumiando acerca de qué hacer, cojo el móvil, abro la carpeta de música y, tras poner lo primero que encuentro, ansiosa, vuelvo a encender a Ironman y me dispongo a disfrutar.

Cierro los ojos, pienso en Calle, en su boca, en sus ojos, en su fibroso cuerpo y, cuando Ironman roza mi estómago y yo lo bajo lentamente hasta mi sexo, me arqueo deseosa para recibirlo. Durante varios minutos me abandono al placer que me proporciona sobre el clítoris, mientras imagino que es Daniela quien lo mueve, quien lo maneja, y quien me pide en voz baja que me relaje y disfrute.

Accedo. Accedo a todo lo que ella me pide, mientras mi calenturienta imaginación ve los ojos de la mujer que me hace perder la cordura, siento su boca sobre la mía y un gemido escapa de mis entrañas y siento que todo mi cuerpo tiembla de placer.

Permanezco abandonada a mis deseos durante un buen rato, hasta que, tras un último orgasmo que me hace cerrar las piernas, convulsionar y jadear, decido dar la fiestecita mañanera por terminada.

El aire huele a sexo; mis dedos, de sujetar y mover a Ironman, también. Mientras me levanto de la cama para lavarlo, escucho cómo Carlos Baute canta Mi medicina, y me mofo.

Oye, Morena ¿tú que miras? - Adaptación Caché Donde viven las historias. Descúbrelo ahora