33 (Final)

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Ha pasado un mes desde el último día que vi a Daniela en Aguas Frías. Ni he vuelto a verla ni he sabido nada de ella.

Un mes en el que mi corazón poco a poco ha ido recomponiéndose gracias al cariño de mi preciosa Gordincesa y de las personas que me quieren, que me apoyan y que no me dejan sola para que mi corazón no sufra más de lo que ya sufre.

En este tiempo he tenido que hacer de tripas corazón y volver a retomar las riendas de mi vida, aunque sigo machacándome en soledad con lo único que me une a ella: aquella canción country.

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Una tarde en la que regreso de comprar con Antonia, oigo el ruido bronco de una moto. Al mirar, siento que los pelos se me ponen como escarpias.

Es Daniela.

Nuestras miradas se encuentran. ¡Ay, Dios!

Rápidamente, cojo a mi pequeña y acelero el paso pero, antes de llegar al portal, Calle ya me ha interceptado y, sin permitirle que diga nada, la miro y siseo:

—Ni se te ocurra dirigirme la palabra.

Y, sin más, entro en el portal y corro a mi casa mientras suplico a todos los santos habidos y por haber que no llame a mi puerta.

Una vez dentro, estoy histérica. Saber que Daniela está cerca de mí me pone a cien de la mala leche que me entra, aunque, a medida que pasa el tiempo y no llaman al timbre, me relajo. Sin duda, lo ha pensado mejor y se ha marchado.

Después de bañar a mi muñequita y meterla en la cama, cuando regreso al salón oigo unos delicados golpecitos en mi puerta.

Mi corazón vuelve a desenfrenarse. Atisbo por la mirilla y veo que es ella.

Ay, Dios..., ay, Dios...

Pero, como no quiero volver a caer en el mismo error de abrirle mi puerta a una idiota, paso la cadena, abro y pregunto mirándola por el hueco:

—¿Qué quieres?

Ella me mira. Clava sus preciosos ojos en mí y murmura:

—Hablar contigo.

El corazón se me va a salir por la boca. Delante de mí tengo a la mujer que ha desbaratado mi vida y por la que apenas duermo en condiciones.

—¿Sabes? —replico—. Ahora soy yo la que no tiene nada que hablar contigo —y, sin más, cierro la puerta.

Por la mirilla, observo que Daniela no se mueve.

Sé que estás al otro lado —dice—. Por favor, abre para que podamos hablar.

No.

—María José..., por favor.

—No. ¡Vete! Vete con Arizona o con quien quieras, pero déjame en paz.

—No estoy ni he estado con Arizona. Sé que te di a entender lo contrario, pero estaba dolida y...

—¡Que te vayas! —grito.

No se mueve. Sigue allí parada, hasta que de pronto veo que abre la puerta de al lado y se mete en el apartamento.

Pero ¿es que ha decidido volver a ser mi vecina?

Alucinada, miro la pared. ¡Ay, Dios! Daniela está en el piso de al lado. Me acelero y, al fijarme en la puerta de mi terraza abierta, corro a cerrarla justo en el momento en que ella aparece en mi balcón.

Separadas por la puerta cristalera, nos miramos, y entonces murmura:

—Por favor..., tenemos que hablar.

Oye, Morena ¿tú que miras? - Adaptación Caché Donde viven las historias. Descúbrelo ahora