Día 11

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El arroyo era un oasis de frescura en medio de la sofocante selva, el sonido del agua al caer desde la pequeña cascada creando un murmullo constante que llenaba el aire. Me sumergí una vez más, sintiendo cómo el agua cristalina acariciaba mi piel y lavaba el sudor y la suciedad acumulados durante los últimos días. El alivio en mi pierna era notable, y por primera vez desde el accidente, me sentía casi normal, el dolor que había sido mi compañero constante comenzando a desvanecerse.

A mi lado, Max se zambulló con la misma energía, emergiendo junto a mí con una expresión de alivio similar. Era un momento de paz, un respiro del caos que nos rodeaba. El agua fría revitalizaba nuestros cuerpos agotados, y por un instante, podíamos pretender que todo estaba bien.

—¿Cuántos días van? —preguntó Max, sus ojos fijos en el cielo despejado, el sol brillando intensamente sobre nosotros.

—Once —respondí, nadando lentamente hacia la cascada, dejando que el agua golpeara suavemente mi espalda—. Once días desde el accidente.

Max asintió, su mirada distante mientras consideraba el tiempo que había pasado. Había una cierta resignación en sus ojos, una aceptación de la situación que habíamos aprendido a adoptar. A pesar de todo, habíamos sobrevivido, y eso era algo que no debíamos tomar a la ligera.

El arroyo se ensanchaba un poco más abajo, creando una especie de piscina natural rodeada de rocas cubiertas de musgo. Los árboles se alzaban a nuestro alrededor, formando un dosel verde que nos proporcionaba un respiro del calor implacable del sol. Las sombras danzaban sobre la superficie del agua, creando patrones hipnóticos que cambiaban con cada movimiento de las hojas.

Sentí cómo el peso de la preocupación se deslizaba momentáneamente de mis hombros, el simple acto de nadar brindando una libertad que había extrañado. Aquí, en este rincón aislado de la selva, el desastre parecía una realidad distante, algo que pertenecía a otro mundo.

—¿Crees que alguien nos encontrará pronto? —pregunté, dejándome llevar por la corriente mientras flotaba de espaldas.

Max se encogió de hombros, salpicando un poco de agua a su alrededor mientras nadaba hacia mí.

—No lo sé. Pero tenemos que seguir creyendo que lo harán —respondió con firmeza, aunque había un matiz de duda en su voz.

El arroyo nos ofrecía un refugio temporal, un lugar donde podíamos olvidar nuestras preocupaciones por un tiempo. Pero sabía que eventualmente tendríamos que regresar al campamento, enfrentar la realidad de nuestra situación. Sin embargo, por ahora, elegí disfrutar de la tranquilidad, de la sensación de normalidad que era tan escasa en nuestras circunstancias.

La luz del sol se filtraba a través de las hojas, creando un resplandor cálido que iluminaba el agua a nuestro alrededor. Sentí una pequeña chispa de esperanza encenderse dentro de mí. Habíamos llegado hasta aquí, y aunque el camino era incierto, estaba decidido a seguir adelante, a seguir luchando por nuestra supervivencia.

El sonido de la cascada llenaba el aire, y el murmullo del agua se convirtió en un mantra de supervivencia, un recordatorio constante de que, a pesar de todo, todavía estábamos aquí. La lucha continuaría, pero no estaríamos solos. Y con esa certeza, me sumergí una vez más, permitiendo que el arroyo se llevara mis miedos, al menos por un momento más.

Regresamos al campamento después de nuestra excursión al arroyo, nuestros cuerpos aún húmedos y refrescados por el agua. El pequeño refugio que habíamos creado en los últimos días se alzaba a la vista, una colección de chozas improvisadas hechas con palmas, ropa, y lo que pudimos encontrar.

Al acercarnos, vi a Cynthia acunando a su bebé en brazos, tratando de darle un poco de leche que había extraído. El niño parecía inquieto, su pequeño cuerpo delgado por la falta de alimento.

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