La isla nos estaba despojando lentamente de nuestra cordura. Los días, una vez llenos de esperanza y lucha por la supervivencia, se habían convertido en un interminable ciclo de desesperación y negación. La pérdida de Julián, Fred, y Cynthia había dejado una herida abierta en nuestras almas, una herida que no dejaba de sangrar y que parecía incapaz de cicatrizar. Sin ellos, el mundo que conocíamos parecía aún más distante, y la soledad se convertía en una fuerza aplastante, siempre presente, siempre agazapada, esperando el momento para devorarnos por completo.
Max y yo nos aferrábamos el uno al otro como náufragos a un pedazo de madera en medio del océano. Habíamos dejado de intentar reconstruir cualquier semblanza de una rutina normal, de mantenernos ocupados con tareas que antes nos daban una ilusión de control sobre nuestras vidas. Ahora, la mayor parte del tiempo lo pasábamos dentro de la cueva, donde el mundo exterior no podía alcanzarnos, donde el rugido de las olas y el canto de los pájaros eran meros ecos lejanos.
Nos habíamos vuelto casi uno, nuestros cuerpos entrelazados en un desesperado intento de encontrar consuelo, de sentir que aún estábamos vivos. Salíamos muy poco, y cuando lo hacíamos, era solo por lo estrictamente necesario: recolectar frutas, revisar trampas, buscar agua. Pero incluso esas tareas se hacían en silencio, con una urgencia mecanizada, como si solo quisiéramos volver al refugio que habíamos creado entre nosotros, donde el calor del otro era lo único que nos mantenía cuerdos.
En el interior de la cueva, el tiempo se desdibujaba. No importaba si era de día o de noche, si la tormenta azotaba afuera o si el sol brillaba en lo alto. Lo único que importaba era que estábamos juntos, y nos entregábamos el uno al otro con una intensidad que rozaba lo frenético. En esos momentos, no había nada más, solo la necesidad de sentir, de llenar el vacío que nos estaba consumiendo.
—Más rápido —gemí, aferrándome a Max con desesperación, mientras saltaba sobre él, buscando más, necesitando más.
Él respondió a mi súplica con la misma desesperación, aumentando el ritmo, moviéndose con fuerza, como si al hacerlo pudiera exorcizar los fantasmas que nos perseguían. Nuestros cuerpos chocaban una y otra vez, el sonido de nuestras respiraciones entrecortadas y gemidos llenaba la cueva, ahogando cualquier otro pensamiento, cualquier otro sentimiento que no fuera el puro y crudo deseo.
Con el tiempo, el sexo se convirtió en nuestro principal escape, nuestro único refugio en una realidad que se volvía cada vez más insoportable. Era un acto de desafío contra la locura que nos acechaba, una forma de sentir que aún teníamos control sobre algo, aunque fuera solo sobre nuestros cuerpos. Nos consumíamos en esos momentos, buscando en el otro la salvación, la redención, el olvido.
Pero cuando todo terminaba, cuando nuestros cuerpos quedaban exhaustos y el calor de la pasión se disipaba, la cruda realidad volvía a caer sobre nosotros como una losa de piedra. Nos encontrábamos de nuevo en la cueva, solos, en una isla que nos robaba poco a poco la cordura. El vacío regresaba, y con él, el dolor, la desesperanza, la certeza de que no había escapatoria.
Max y yo permanecíamos abrazados, incluso después de que el clímax se desvanecía, como si al mantenernos cerca pudiéramos mantener a raya el horror que se cernía sobre nuestras mentes. Pero sabíamos que no era suficiente. Sabíamos que la isla nos estaba volviendo locos, que estábamos perdiendo la batalla, pero también sabíamos que, sin el otro, ese descenso a la oscuridad sería aún más rápido, más devastador.
Así que continuábamos aferrándonos el uno al otro, viviendo en ese frágil equilibrio entre la pasión y la desesperación, entre la negación y la aceptación. Porque, aunque el sexo se había convertido en nuestra forma de distraernos de la realidad, no podíamos ignorar que, tarde o temprano, la realidad siempre regresaba. Y cada vez que lo hacía, nos dejaba un poco más rotos, un poco más perdidos en esta isla que lentamente nos estaba consumiendo.
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Pérdidos|| Chestappen
FanfictionSi había algo que se sabía era que Max y Checo se odiaban, pero tras un accidente de avión se ven obligados a sobrevivir juntos.