Día 25

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El sol castigaba sin piedad, convirtiendo la isla en un horno a cielo abierto. La sombra, que antes ofrecía un alivio momentáneo, ahora parecía insuficiente. El calor era sofocante, haciendo que cada movimiento se sintiera como un esfuerzo titánico. Tan solo unos segundos fuera de la sombra bastaban para que la piel comenzara a arder, como si el sol mismo quisiera reclamar lo poco que nos quedaba de energía.

Me encontraba bajo la improvisada carpa, hecha de hojas de palma y restos de telas que habíamos encontrado en el avión. El sudor se acumulaba en mi frente, corriendo por mi rostro y empapando la camisa que llevaba puesta. La sensación de humedad era constante, pegajosa, y solo añadía al malestar general.

Cynthia, con su bebé en brazos, se movía lentamente, intentando arrullar al pequeño Fred para que durmiera. Ella también estaba sudorosa, el cansancio se notaba en sus ojos, pero aún así mantenía una sonrisa suave mientras lo mecía con delicadeza. Se acercó a mí, tomando asiento a mi lado.

—¿No han regresado? —preguntó, con un matiz de preocupación en su voz, mientras sus ojos buscaban alguna señal de Julián y Max en la espesura de la selva.

Negué con la cabeza, mi mirada fija en el borde de la vegetación. Cada vez que el viento movía las hojas, sentía un breve momento de esperanza, solo para que se esfumara cuando no veía ninguna figura conocida aparecer.

—Aún no, —respondí, mi voz reflejando la misma inquietud que sentía. Habían salido a buscar agua y frutas hacía ya un buen rato, y el calor insoportable hacía que el tiempo se sintiera más largo de lo que probablemente era. El temor a que algo pudiera haberles pasado comenzaba a crecer en mi interior.

Cynthia, con el pequeño Fred adormecido en sus brazos, me miró de reojo, como si estuviera considerando sus palabras con cuidado antes de hablar.

—Veo que te preocupas mucho por él, —comentó, su tono era casual, pero su observación tenía una punta afilada que no pude ignorar—. ¿Ya se conocían? —preguntó, inclinando la cabeza ligeramente, como si estuviera esperando que compartiera más de lo que hasta ahora había dicho.

Suspiré, pasando una mano por mi cabello húmedo, intentando no parecer tan preocupado como realmente estaba.

—Sí, corríamos para el mismo equipo, —admití, recordando los viejos tiempos, los buenos y los malos, cuando todo era más simple y el mayor problema era una curva cerrada o una estrategia fallida en la pista—. Antes de que me cambiara a la escudería de mi novio, —añadí, casi en un susurro, sabiendo que ese cambio había sido el comienzo de una serie de eventos que habían complicado mi vida de maneras que nunca hubiera imaginado.

Cynthia asintió, dándome una mirada comprensiva, pero había una chispa de curiosidad en sus ojos que no pude evitar notar.

—Oh, por un momento pensé que ustedes habían tenido algo, —dijo suavemente, como si estuviera pisando terreno delicado.

La sorpresa me hizo mirarla fijamente, y luego me eché a reír, aunque había un toque de nerviosismo en mi risa. Negué con la cabeza de inmediato, tratando de disipar cualquier malentendido.

—¿Qué? No, —dije rápidamente—. Él solo es mi cuñado y ex compañero de equipo. Nunca hubo nada entre nosotros, —agregué, aunque la insistencia en mi voz me hizo preguntarme si estaba tratando de convencerla a ella o a mí mismo.

Cynthia sonrió, una sonrisa pequeña y comprensiva, como si hubiera captado algo en mis palabras que yo aún no había reconocido.

—Lo siento, —dijo finalmente, volviendo su atención al bebé que se acurrucaba contra su pecho. Parecía que el calor y el movimiento lo habían agotado, y se acomodaba en sus brazos con la confianza de alguien que no tenía ninguna preocupación en el mundo.

Pérdidos|| Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora