Día 503

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La noche había sido larga y agotadora, pero el cansancio no nos detuvo. Max estaba detrás de mí, su respiración cálida rozando mi cuello mientras sus manos recorrían mi cuerpo con una urgencia desesperada. Julián y Fred habían ido a bañarse, dándonos un raro momento de privacidad que ambos aprovechamos sin dudarlo.

Cada embestida era más fuerte que la anterior, mi cuerpo arqueándose con cada movimiento de Max. Sentí cómo me jalaba el pelo, el dolor mezclándose con el placer, y no pude evitar gritar, ahogando el sonido en contra mi brazo para no alertar a los demás. Max estaba implacable, como si cada embestida fuera una forma de liberar todo el estrés y el miedo que había acumulado en su interior. Su control, su dominio, me hacía sentir vivo, en medio de toda la locura que habíamos experimentado.

Cuando finalmente alcanzamos el clímax, ambos jadeamos pesadamente, tratando de recuperar el aliento. Nos quedamos en silencio por un momento, dejándonos llevar por la paz momentánea que seguía al acto. No hubo palabras, solo la necesidad urgente de limpiar los rastros de nuestra unión antes de que Julián y Fred regresaran. Nos vestimos rápidamente, arreglando el lugar lo mejor que pudimos, y luego nos dirigimos a la cascada para bañarnos una vez que regresaron Julián y Fred.

El agua fría fue un alivio, limpiando no solo nuestros cuerpos, sino también la carga emocional que llevábamos. Nos lavamos en silencio, el sonido del agua chocando contra las piedras llenando el aire. Al regresar al campamento, nos tumbamos juntos en nuestra cama improvisada, Max abrazándome desde atrás. Me relajé en su calor, disfrutando de la sensación de seguridad que siempre me proporcionaba.

—Descansa, amor—, susurro Max haciéndome sonreír.

—Descansa, amor—, me gire para besarlo en la nariz. —Te amo

—Te amo—, sonrió de lado a lado antes de cerrar los ojos y descansar.

El sueño nos alcanzó rápidamente, pero fue interrumpido abruptamente al mediodía por un fuerte ruido. Me desperté de golpe, y Max también se levantó, ambos confundidos. Afuera, en el cielo estaban tres helicópteros. Nos miramos, el shock y la incredulidad reflejados en nuestros rostros. No hubo tiempo para preguntas; corrimos fuera de la cueva, hacia la playa, mientras hacíamos ruido con nuestras voces y cualquier cosa que encontráramos a nuestro paso.

El sonido de los helicópteros se intensificó mientras descendían lentamente hacia la arena. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, un suspiro de alivio escapando de mis labios cuando las hélices comenzaron a disminuir su velocidad. La adrenalina y la emoción me invadieron al darme cuenta de que estábamos siendo rescatados.

Miré a Max, mis ojos llenos de lágrimas. Sin decir nada, lo abracé con fuerza, el peso de todo lo que habíamos soportado finalmente cayendo sobre nosotros. Sentí cómo me abrazaba de vuelta, sus labios encontrando los míos en un beso ligero, un gesto de amor y alivio que lo decía todo sin necesidad de palabras. Juntos, nos acercamos más a los helicópteros que ahora estaban a punto de aterrizar.

Cuando la puerta de uno de los helicópteros se abrió, vi una figura que me resultaba vagamente familiar. Al principio, mi mente no quiso creerlo, pero cuando Lewis salió del helicóptero y corrió hacia mí, supe que era real. Mi corazón se detuvo por un segundo, la incredulidad pintada en mi rostro.

—Sabía que estabas vivo—, dijo, su voz llena de emoción y alivio. Antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, me abrazó con fuerza, sus labios encontrando los míos en un beso que me tomó por sorpresa.

Me quedé paralizado, sin palabras, sintiendo cómo el mundo a mi alrededor se desmoronaba y reconstruía en cuestión de segundos. Me alejé lentamente, mis ojos buscando a Max, que estaba a unos pasos de distancia, su rostro inmutable mientras observaba la escena.

—Lewis—, susurré, mi voz quebrada por la confusión y el shock. No podía creer que realmente estuviera aquí, que después de tanto tiempo alguien nos hubiera encontrado. Pero al mismo tiempo, mi mente estaba dividida, mi corazón atrapado entre el pasado y el presente, entre lo que había perdido y lo que había encontrado en esta isla.

El alivio de ser rescatados se mezcló con la incertidumbre de lo que vendría después, de cómo enfrentaríamos la realidad una vez que dejáramos atrás este lugar que nos había cambiado para siempre. Mientras Lewis me miraba con ojos llenos de esperanza, solo podía pensar en Max, en lo que habíamos compartido, en lo que significaba para mí, y en cómo ese beso inesperado había vuelto todo más complicado.

El sonido de las hélices girando llenaba el aire, creando una mezcla de caos y alivio mientras los militares se movían con rapidez, asegurándose de que todos estuviéramos a salvo. Todo parecía ir tan rápido y lento a la vez, como si el tiempo estuviera distorsionado por la adrenalina del momento. Los soldados nos guiaron hacia los helicópteros, cada uno siendo asignado a diferentes aeronaves.

Julián y Fred fueron los primeros en ser subidos a uno, sus rostros aún reflejando la incredulidad de que realmente estaban a punto de salir de la isla. Fred se aferraba a Julián, sus pequeñas manos agarrando con fuerza la camisa al que veía como un padre, como si temiera que este también desapareciera. Julián le susurraba palabras tranquilizadoras, tratando de mantener la calma mientras lo subían con cuidado al helicóptero.

Cuando los militares intentaron separar a Max de mí, asignándolo a un helicóptero diferente, mi corazón se aceleró. El miedo y la incertidumbre me golpearon de repente, como una ola fría de realidad que había estado evitando enfrentar. Sin pensar, comencé a caminar hacia él, mi mente envuelta en un torbellino de emociones.

—¿A dónde vas, amor?—, preguntó Lewis, su voz suave pero firme mientras sostenía mi mano, impidiéndome avanzar más.

Mi mirada se encontró con la de Max, que estaba a unos pasos de distancia, rodeado por los soldados. Sus ojos, llenos de una mezcla de esperanza y temor, se clavaron en los míos, buscando una señal, una decisión que él parecía saber que yo debía tomar. Pero mis pies se negaron a moverse. Era como si estuviera atrapado en un lugar intermedio, donde cualquier elección que hiciera significaría perder algo importante.

Max mantuvo su mirada fija en mí, incluso cuando los soldados comenzaron a guiarlo hacia el helicóptero asignado. Su expresión, un reflejo de todo lo que habíamos pasado juntos, era una súplica silenciosa. Pero yo permanecí inmóvil, incapaz de seguirlo. Vi cómo se alejaba lentamente, la distancia entre nosotros aumentando con cada paso que él daba.

—¿Checo?—, la voz de Lewis a mi lado sonó nuevamente, esta vez más cerca, su mano jalándome suavemente para ayudarme a caminar hacia el helicóptero en el que nos iríamos.

Mi mente estaba en blanco, mi respiración se aceleraba mientras veía a Max ser subido al otro helicóptero. La vista de la aeronave despegando, llevándolo lejos de mí, hizo que algo se rompiera dentro de mí. Una oleada de desesperación me invadió, como si una parte de mí estuviera siendo arrancada junto con él. Todo se volvió borroso, mi cuerpo temblando mientras intentaba mantener el control, pero el esfuerzo fue en vano.

Lewis me guió hacia nuestro helicóptero, sus palabras y gestos tratando de ofrecerme consuelo, pero yo apenas era consciente de lo que ocurría a mi alrededor. Todo lo que podía pensar era en Max, en cómo lo había dejado ir, en cómo no había hecho nada por detenerlo. Mis piernas se sintieron débiles, y cuando finalmente me senté en el helicóptero, fue como si todas las fuerzas me abandonaran.

El ruido de las hélices y las voces de los soldados se desvanecieron, convirtiéndose en un eco lejano mientras mis ojos se cerraban lentamente. La oscuridad me envolvió, llevándose consigo el dolor, la culpa, y la realidad de lo que acababa de suceder. No supe cuánto tiempo pasó, ni cómo fue el viaje de regreso. Todo lo que recordaba era la sensación de vacío, el peso de la decisión que había tomado, y el deseo desesperado de que todo esto fuera solo un mal sueño del que pronto despertaría.

Pérdidos|| Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora