Primer mes

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El sol colgaba alto en el cielo, y el calor de la tarde empezaba a intensificarse cuando Fred comenzó a llorar suavemente en mis brazos. Me había quedado cuidando al bebé mientras Cynthia y Julián habían salido a pescar, y Max, aún en proceso de recuperación, dormía bajo la sombra de una de las carpas improvisadas. Sus respiraciones profundas y constantes me daban cierta tranquilidad, sabiendo que estaba descansando como debía.

Fred seguía lloriqueando, así que comencé a balancearlo suavemente, murmurando palabras tranquilizadoras mientras caminaba alrededor de nuestro pequeño campamento. Aunque nunca había sido muy cercano a los bebés, me encontraba sorprendentemente cómodo cuidando de Fred. Tal vez era porque en esta situación, todos teníamos que depender el uno del otro para sobrevivir, y Fred representaba una pequeña chispa de vida inocente en medio de nuestra desesperación.

Hice muecas tontas y jugué a hacerle cosquillas en su barriga, esperando que se calmara. Poco a poco, sus sollozos se convirtieron en pequeños gorgoteos, y finalmente, una risa suave escapó de sus labios. Sonreí, satisfecho de haber logrado que se calmara. Me senté en la arena, sosteniéndolo frente a mí y dejé que sus pequeñas manos se aferraran a mis dedos mientras él seguía riendo, encantado con el juego.

El tiempo pasó lentamente, pero con Fred entretenido, no me importaba. Jugaba con él, moviendo suavemente sus manos y haciéndolo reír con sonidos cómicos. De vez en cuando, miraba a Max, asegurándome de que seguía durmiendo tranquilamente. Su rostro estaba más relajado que en días anteriores, lo que me daba un poco de paz interior. Aún así, sabía que debía seguir cuidándolo de cerca.

De repente, el sonido de pasos y voces alegres rompió la tranquilidad del campamento. Cynthia y Julián regresaron, y al verlos aparecer entre la arena, una ola de alivio me recorrió. Cynthia tenía una sonrisa radiante en su rostro, y Julián cargaba un pez grande, con el que me miró con una expresión triunfante.

—¡Ya regresamos! —anunció Cynthia, claramente emocionada por el éxito de su pesca.—¡La nueva lanza funcionó! —dijo alardeando un poco, mientras Julián levantaba el pez para que lo viera mejor.

La rubia había estado trabajando en esa lanza durante días, utilizando una parte del avión y un palo resistente que había encontrado en la selva cuando fuimos a recolectar fruta. No había estado seguro de si funcionaría, pero el pez en sus manos era prueba suficiente de que había hecho un buen trabajo.

No pude evitar sonreír ante su entusiasmo. —¿Qué te dije? ¡Sabía que funcionaría! —bromeé, aunque en realidad había tenido mis dudas al igual que Julián.

Este bufó, pero con una sonrisa en los labios. —Cuando regresemos, te pagaré  —admitió, refiriéndose a la pequeña apuesta que habían hecho sobre si la lanza sería útil o no.

—Lo esperaré con mucho gusto, Julián. —Cynthia festejaba mientras cargaba a Fred en sus brazos. Al ver la alegría en su rostro y la forma en que Fred se reía, sentí una oleada de calidez. Era un pequeño triunfo en medio de tantas dificultades.

Cynthia miró a Fred con cariño y dijo, riendo: —Lo oíste, Fred, ¡tendremos dinero! —El bebé rió aún más, como si entendiera la broma, y la risa contagiosa de Cynthia resonó en el campamento, elevando nuestros espíritus.

Julián comenzó a preparar el pez para cocinarlo, y yo me uní a él, ayudando a recoger leña y avivando la fogata. Mientras trabajábamos, Fred seguía riendo en los brazos de su madre, su alegría era como un bálsamo para nuestras almas cansadas. La fogata crepitaba mientras el olor del pescado asado llenaba el aire, y por un momento, la isla no parecía tan desolada. Estábamos juntos, y aunque el futuro era incierto, teníamos pequeños momentos como este para aferrarnos, para recordarnos que aún había esperanza, incluso en las circunstancias más desesperadas.

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