Los días siguientes se convirtieron en una prueba de resistencia emocional y física. Nos dividimos en grupos, explorando la isla con la esperanza de encontrar alguna señal de Julián y Fred, pero cada búsqueda terminaba en un vacío doloroso. Las esperanzas se desvanecían con cada día que pasaba, y la desesperación se instalaba más profundamente en nuestros corazones. Cynthia, devastada por la pérdida de su hijo, no comía ni dormía, ignorando nuestras súplicas para que cuidara de sí misma. Pasaba las noches en vela, con la mirada fija en la manta ensangrentada, como si de alguna manera, Fred pudiera volver si solo se quedaba despierta.
Max y yo tratábamos de mantenernos fuertes, pero era evidente que todos estábamos cayendo en un abismo de tristeza y desesperación. Mientras explorábamos cada rincón de la isla, mi mente no podía dejar de preocuparse por Max. Había algo diferente en él, una sombra oscura que no había visto antes. Estaba más callado, más retraído, y su semblante había adoptado una seriedad que no podía ignorar.
Una tarde, después de otra búsqueda infructuosa, me acerqué a Max mientras estaba sentado en la playa, mirando el horizonte con una expresión ausente. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de naranjas y rojos, pero la belleza del paisaje no lograba aliviar el peso que sentíamos sobre nuestros hombros.
—Max —lo llamé suavemente, sentándome a su lado. Él giró la cabeza hacia mí, sus ojos reflejando una mezcla de cansancio y algo más profundo que no podía identificar—. Has estado extraño últimamente, más serio de lo habitual. ¿Te pasa algo?
Por un momento, pensé que no me respondería. Sus ojos se desviaron hacia el mar, como si estuviera buscando las palabras correctas, o tal vez intentando decidir si debía decirlas en absoluto.
—Lo maté —susurró finalmente, su voz temblando, casi inaudible.
Mi corazón dio un vuelco al escuchar sus palabras. No estaba seguro de haberlas entendido bien.
—¿Qué? —pregunté, con la confusión y la preocupación empezando a tomar control de mis emociones.
Max giró lentamente su cabeza para mirarme, y vi el dolor en sus ojos. Era un dolor que no había notado antes, una culpa tan profunda que parecía estar devorándolo desde adentro.
—Al hombre que te atacó... lo maté —su voz temblaba, y con cada palabra, su cuerpo también parecía sacudirse levemente, como si estuviera reviviendo el momento.
Me quedé sin palabras, el impacto de su confesión golpeándome con fuerza. Sabía que Max había luchado para defenderme, pero no me había dado cuenta de lo que había tenido que hacer para salvarme. Y ahora, la carga de esa decisión lo estaba destrozando.
—Max… —dije, mi voz apenas un susurro mientras intentaba encontrar algo, cualquier cosa, que pudiera aliviar su dolor. Pero no había palabras que pudieran deshacer lo que había pasado.
En lugar de hablar, lo abracé. Lo sentí temblar en mis brazos, su cuerpo rígido por la tensión y el remordimiento. Max había hecho lo que tenía que hacer para protegernos, pero eso no quitaba el peso de su acción, no borraba la línea que había cruzado. Estábamos atrapados en una situación que no tenía respuestas fáciles, donde las decisiones que tomábamos, incluso en defensa propia, dejaban cicatrices profundas.
El tiempo parecía detenerse mientras lo sostenía, el sol descendiendo lentamente detrás de nosotros. Todo se estaba volviendo más complicado, más oscuro. La isla, que alguna vez fue un lugar de esperanza y lucha por la supervivencia, ahora se sentía como una trampa, un lugar donde cada día nos consumía un poco más.
Max finalmente se separó del abrazo, aunque su cuerpo seguía temblando ligeramente. Vi en sus ojos que esta experiencia lo había cambiado, tal vez para siempre. La situación era crítica, y no solo por la amenaza externa, sino también por la forma en que cada uno de nosotros estaba lidiando con la tragedia. Nos necesitábamos más que nunca, pero al mismo tiempo, cada uno estaba lidiando con sus propios demonios.
—No tienes que cargar con esto solo, Max —dije finalmente, rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotros—. Lo que hiciste… lo hiciste para protegernos, para protegerme. No puedo imaginar lo que sientes, pero estoy aquí para ti. Siempre lo estaré.
Max asintió, pero no dijo nada más. Su silencio hablaba de un dolor que quizás no se desvanecería con el tiempo, pero al menos sabía que no estaba solo. La carga no era solo suya, era nuestra, y juntos encontraríamos una manera de seguir adelante. Porque, aunque todo se estaba volviendo más complicado, sabíamos que no podíamos rendirnos, no mientras aún quedara una chispa de esperanza en nosotros, por pequeña que fuera.
El dolor que consumía a Max no disminuyó, y sus noches se convirtieron en una pesadilla interminable. Se despertaba gritando, sudando y temblando como si los horrores de la isla lo acecharan incluso en sus sueños. Sus ojos, antes llenos de determinación, ahora estaban apagados, atrapados en un sufrimiento que parecía no tener fin. Había noches en las que lo encontraba sentado a solas, en la oscuridad, con los hombros encorvados y el rostro oculto entre las manos. Su llanto era apenas un murmullo, un lamento sofocado por el miedo a despertar a los demás, pero yo lo escuchaba. Me acercaba a él en silencio, lo abrazaba, y lo dejaba llorar hasta que el cansancio finalmente lo vencía y caía en un sueño inquieto.
Cynthia, por otro lado, estaba destrozada. La pérdida de Fred y Julián la había dejado vacía, como una sombra de la mujer fuerte que una vez conocimos. Día tras día, recorríamos la isla, buscando desesperadamente algún rastro de ellos. Cynthia apenas hablaba, sus ojos vacíos, enfocados en un punto lejano que solo ella parecía ver. Había dejado de comer casi por completo, y su cuerpo comenzaba a mostrar signos de desgaste, pero no había forma de convencerla de que se cuidara. Su único propósito era encontrar a su hijo y a su amigo, aunque en el fondo todos sabíamos que las posibilidades eran cada vez más escasas.
Intenté ser fuerte por ambos, por Max y por Cynthia. Sabía que era mi turno de llevar la carga, de ser el apoyo que ellos necesitaban, pero la situación empeoró de manera inimaginable. Fue una mañana fría cuando me di cuenta de que Cynthia había desaparecido. La busqué frenéticamente por el campamento, revisando cada rincón, llamando su nombre, pero no hubo respuesta. Max, agotado y con el rostro demacrado, apenas podía mantenerse en pie, pero también se unió a la búsqueda, con la desesperación apoderándose de nosotros.
Corrí a través de la selva, con el corazón latiendo furiosamente en mi pecho, temiendo lo peor. Llegué a la playa y allí la vi, caminando hacia el mar con la mirada perdida aferrada a la manta de su hijo, su figura envuelta en un aura de resignación. Grité su nombre, sintiendo cómo el pánico se apoderaba de mí.
—¡Cynthia! —Mi voz se alzó por encima del rugido de las olas, pero ella no se detuvo.
Corrí tan rápido como mis piernas me lo permitieron, pero no la alcanzaba. Era como si el mar la estuviera llamando, atrayéndola hacia sus profundidades, y yo no podía hacer nada para detenerla. El agua comenzó a cubrir sus piernas, subiendo por su cuerpo mientras se adentraba más y más en el océano.
La vi desaparecer bajo las olas justo cuando llegué a la orilla. No lo pensé dos veces; me lancé al agua, nadando con todas mis fuerzas, sumergiéndome bajo la superficie en un intento desesperado de encontrarla. El agua era oscura y fría, y mis ojos ardían al tratar de ver más allá de la espuma agitada por mi frenético esfuerzo.
La busqué, nadé más allá de donde creía que había desaparecido, pero no había señales de ella. No importaba cuánto buceara, cuánto me esforzara, Cynthia había desaparecido, tragada por el mar. Sentí que el pánico me apretaba el pecho mientras el tiempo pasaba y la realidad de su ausencia comenzaba a hundirse en mí. Grité su nombre bajo el agua, aunque sabía que era inútil. El océano había reclamado su vida, y yo no había podido salvarla.
Finalmente, agotado y sin aliento, volví a la superficie. Mi cuerpo temblaba por el esfuerzo y el frío, pero lo que más me helaba era la desesperación. Sabía que ya no tenía sentido continuar buscando, que Cynthia había tomado su decisión, y yo no había podido detenerla.
Salí del agua, sintiendo que mis piernas apenas podían soportar el peso de mi propio cuerpo. Me desplomé en la arena, jadeando, con la sal del mar mezclándose con mis lágrimas. Habíamos perdido a Cynthia, y con ella, una parte de nuestro frágil grupo. La isla nos estaba desmoronando, quitándonos a cada uno, uno por uno, hasta que no quedara nadie.
La idea de regresar al campamento me parecía insoportable. No sabía cómo enfrentaría a Max, cómo le diría que Cynthia se había ido, que ya no quedaba esperanza para nosotros. Pero sabía que debía hacerlo. Debía seguir adelante, por Max, por la memoria de aquellos que habíamos perdido, aunque cada paso que diera se sintiera como un golpe en mi alma.
ESTÁS LEYENDO
Pérdidos|| Chestappen
FanfictionSi había algo que se sabía era que Max y Checo se odiaban, pero tras un accidente de avión se ven obligados a sobrevivir juntos.