Día 19

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Habíamos llegado al punto donde las ideas se nos habían agotado. Las señales de SOS, hechas con palmas y hojas de los árboles, cubrían casi toda la isla, pero no había habido respuesta. Con cada día que pasaba, la esperanza se desvanecía un poco más, dejándonos con la amarga sensación de que nuestro grito de auxilio se perdía en el vasto océano, sin que nadie lo escuchara. Habíamos hecho todo lo que estaba en nuestras manos, y ahora solo quedaba esperar.

—Checo, ¿puedes cuidar a Fred un momento? —pidió Cynthia, sosteniendo al bebé hacia mí. Sus ojos mostraban la fatiga acumulada de los últimos días.

—Claro, —respondí, tomando al pequeño en mis brazos. Era un bebé tranquilo, y en momentos como este, esa paz que él emanaba era un alivio en medio del caos. Se la pasaba durmiendo la mayor parte del tiempo, y hoy no fue la excepción. Lo acuné con suavidad mientras Cynthia se alejaba hacia el arroyo para bañarse, buscando un respiro, aunque fuera solo por unos minutos.

El tiempo pasó lento mientras cuidaba de Fred, el sol golpeando fuerte sobre nosotros. Observé cómo el pequeño se revolvía ligeramente en su sueño, haciendo pequeños ruidos, pero sin despertar del todo. En algún momento, Cynthia regresó, luciendo algo más relajada, y traía consigo tres mangos que había recogido en su camino de regreso. Los tomó con cuidado y sonrió al ver a su bebé aún durmiendo pacíficamente.

—Gracias, —murmuró con una sonrisa agotada, recibiendo a Fred en sus brazos de nuevo.

—No hay de qué, —respondí, devolviéndole la sonrisa antes de levantarme y dirigirme hacia la fogata.

Al acercarme, noté que quedaban solo seis cerillos en la pequeña caja de metal que los protegía de la humedad. El simple hecho de ver la cantidad tan reducida me hizo sentir una punzada de ansiedad. Hoy no sería un problema, pero en unos pocos días, nos quedaríamos sin la posibilidad de encender una fogata, y entonces la situación se complicaría aún más. Los días de calor y las noches frías harían que esa pequeña llama fuera aún más preciada.

Mientras me debatía en mis pensamientos, Julián y Max regresaron del mar, llevando un pescado fresco entre ellos. Ambos lucían satisfechos con su captura, sabiendo que al menos esa noche tendríamos algo más que coco y frutas para comer. La mirada de Max se cruzó con la mía, y aunque no dijo nada, su expresión se oscureció al ver mi preocupación. Sabía que el tiempo se nos acababa, y la realidad de nuestra situación comenzaba a pesar más que nunca.

—Vamos a cenar algo decente hoy, —dijo Julián con un tono optimista, aunque su voz también tenía un rastro de cansancio. Mientras hablaban, tomé el último cerillo y lo encendí con cuidado, prendiendo la fogata que comenzó a crepitar suavemente bajo la madera seca.

El fuego crepitaba suavemente en medio de la noche, lanzando destellos naranjas y dorados que iluminaban nuestras caras cansadas. Estábamos sentados en un círculo apretado alrededor de la fogata, las llamas bailando entre nosotros mientras el olor del pescado asado llenaba el aire. Era uno de esos raros momentos en los que el hambre estaba algo saciada, y el silencio no se sentía tan pesado. En su lugar, había una sensación de calma y, aunque fuera momentáneamente, un leve alivio de nuestra situación. Julián, sentado con las piernas cruzadas y una sonrisa algo traviesa en el rostro, decidió romper el silencio con una de sus historias.

—¿Les he contado alguna vez atendí a un paciente famoso? —preguntó, con un brillo en los ojos que indicaba que estaba a punto de compartir algo realmente bueno.

—No, pero suena interesante, —respondió Max, inclinándose hacia adelante. Todos nos acercamos un poco más, curiosos por escuchar lo que Julián tenía que contar.

Julián se aclaró la garganta y comenzó.

—Bueno, esto pasó hace unos años. Yo era un médico residente en el hospital y estaba de guardia en urgencias, lo que significa que ya llevaba unas... no sé, cuarenta horas sin dormir —hizo una pausa, como para subrayar la magnitud de su cansancio—. Entonces, me llega un hombre mayor, unos setenta años, que había sufrido una caída mientras estaba en su casa. Nada grave, pero tenía que revisar que no hubiera fracturas ni nada de eso.

Pérdidos|| Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora