Un año

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El tiempo en la isla era un misterio en sí mismo. Algunos días pasaban con la rapidez de un suspiro, mientras que otros se alargaban como si fueran semanas, como si la naturaleza misma jugara con nuestra percepción. Había momentos en los que todo parecía moverse a cámara lenta: el sol trepando por el cielo, las olas lamiendo la orilla, nuestras propias respiraciones resonando en la cueva. Otros días, todo sucedía en un abrir y cerrar de ojos; el amanecer se fundía con el ocaso, y las horas se desvanecían antes de que siquiera pudiéramos darnos cuenta.

Esa mañana, mientras estábamos en nuestro refugio detrás de la cascada, Max me abrazó por detrás, sus brazos cálidos rodeando mi torso desnudo. Sentí su aliento contra mi piel antes de que plantara un suave beso en mi hombro. Era un gesto que había llegado a significar mucho más que simple afecto; era un recordatorio de que, sin importar cuánto tiempo pasara, aún estábamos juntos.

—¿Cuánto llevamos aquí?— preguntó, su voz vibrando suavemente contra mi piel.

Miré hacia la pared de la cueva, donde, al principio, había marcado cada día que habíamos sobrevivido en esta isla desde que descubrimos está cueva. Pero en algún momento, esos días se habían fundido en semanas, y las semanas en meses. La rutina se había vuelto tan familiar que perdí la necesidad de contar. La pared ahora estaba llena de pequeñas marcas, algunas más visibles que otras, pero todas eran testigos de nuestro tiempo aquí.

—Perdí la cuenta hace mucho,— susurré, mi voz apenas audible sobre el murmullo de la cascada cercana. Pero anoche, después de un día particularmente largo, me había tomado el tiempo para contar nuevamente, sintiendo una mezcla de sorpresa y resignación al ver cuánto habíamos aguantado.—Ayer conté más de trescientos días,— continué, girándome para mirarlo a los ojos. La luz que se filtraba a través del agua reflejaba un brillo suave en su rostro, dándole un aspecto casi etéreo.

Max me devolvió la mirada, sus ojos oscuros llenos de una mezcla de asombro y preocupación. —Significa que…

—Tenemos aproximadamente un año,— terminé su pensamiento, notando cómo el peso de esa revelación se asentaba entre nosotros. Un año completo, lejos de todo lo que habíamos conocido, lejos de nuestras vidas anteriores. Un año de lucha, de supervivencia, de amor y desesperación, encapsulado en este rincón del mundo.

Nos quedamos en silencio por un momento, dejándonos llevar por el sonido del agua cayendo a nuestro alrededor. El tiempo en la isla parecía haber creado su propia burbuja, un lugar donde los relojes no existían y donde el futuro se reducía a la siguiente comida, al siguiente amanecer.

Max me observaba con una intensidad que solo él podía lograr, sus manos aún en mi cintura, como si no quisiera soltarme nunca. Era un reflejo de la conexión que habíamos forjado aquí, una que había sobrevivido más allá de lo que hubiéramos imaginado posible.

—Un año,— repitió, como si aún estuviera procesando la información. —No pensé que llegáramos tan lejos.

—Ni yo,— admití, mi voz baja. —Pero aquí estamos.

Max asintió, su expresión se suavizó. —Y lo seguiremos haciendo.

Me incliné hacia él, dejando que nuestras frentes se tocaran. Sabía que tenía razón. No importaba cuánto tiempo más estuviéramos aquí, mientras estuviéramos juntos, podríamos enfrentarnos a cualquier cosa. Aceptamos el hecho de que, si el tiempo en esta isla quería jugar con nosotros, lo dejaríamos. Nos habíamos convertido en expertos en tomar lo que el día nos daba, en encontrar momentos de paz incluso en la incertidumbre.

Ese día, nos aferramos el uno al otro un poco más fuerte, sabiendo que, sin importar lo que nos deparara el futuro, habíamos encontrado algo invaluable en este lugar: una conexión que ni el tiempo ni la distancia podrían romper.

Pérdidos|| Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora