Día 13

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La selva nos rodeaba con su densa vegetación, sus sonidos constantes de vida y misterio, mientras el calor del día comenzaba a disiparse. Nos habíamos convertido en un grupo pequeño y resistente, cada uno de nosotros contribuyendo en lo que podíamos para asegurar nuestra supervivencia. Habíamos decidido que lo mejor sería utilizar las partes del avión para crear herramientas que nos facilitaran las tareas diarias, aunque ninguno de nosotros tenía experiencia real en su fabricación.

Comenzamos desmontando las piezas metálicas del fuselaje, separando lo que parecía útil y lo que podría ser transformado en algo más funcional. Cada paso era un proceso de prueba y error, un experimento en el que aprendíamos a medida que avanzábamos. Max, con su mente práctica, sugirió utilizar los cinturones de seguridad como cuerdas y las ventanas de plástico endurecido como posibles cuchillas. Fue un proceso lento y tedioso, pero con el tiempo, logramos crear rudimentarias herramientas que podrían ayudarnos a recolectar y preparar alimentos de manera más eficiente.

Mientras estábamos inmersos en nuestro trabajo, Cynthia se acercó a mí con una gran sonrisa, sosteniendo un racimo de plátanos en sus manos. El sol se reflejaba en su cabello, y su rostro brillaba con una mezcla de alegría y esperanza.

—Checo, los encontré no muy lejos de aquí, y hay más —, dijo emocionada, extendiendo el racimo hacia mí.

Su descubrimiento era un pequeño milagro, un recordatorio de que, incluso en la adversidad, la naturaleza podía ofrecer sus dones. Tomé el racimo de plátanos, sintiendo el peso de la fruta fresca y el alivio de saber que tendríamos algo más para comer.

—Eso sí que nos dará un gran bufete —, bromeé, compartiendo su entusiasmo mientras caminaba hacia Alfredo, quien estaba sentado bajo la sombra de un árbol, descansando su pierna herida.

Alfredo levantó la vista al verme acercar con el racimo, sus ojos brillando con una chispa de alegría ante la visión de la comida. Su sonrisa era amplia y genuina, un alivio en medio de la lucha constante por la supervivencia.

—Gracias, Dios, esto es un regalo del cielo —, comentó, tomando los plátanos con manos temblorosas, como si fueran un tesoro. —¡Que esperas toma uno!— me lanzó un plátano.

—Cynthia dijo que había más racimos —, compartí la noticia.

—Mas bendiciones —, aplaudió sonriendo de lado a lado. — Dios nos está sonriendo—, junto sus manos. — ¡A comer!—, gritó.

Nos sentamos en el suelo, compartiendo el racimo entre nosotros, las cáscaras amarillas apilándose a nuestro alrededor mientras disfrutábamos del dulzor de la fruta.

— No pierdan el ánimo muchachos, Dios está con nosotros —, todos sonreímos por su actitud positiva, mientras comíamos con hambre los plátanos.

Cada bocado era un recordatorio de lo afortunados que éramos de haber encontrado algo tan nutritivo, y por un momento, nos olvidamos de las dificultades que nos rodeaban.

A medida que el día avanzaba, continuamos trabajando en las herramientas, mejorando nuestras habilidades y fortaleciendo nuestro pequeño campamento. Sabíamos que teníamos que aprovechar al máximo cada recurso disponible, y aunque no éramos expertos, nuestra determinación y trabajo en equipo nos llevaron a progresar lentamente. El descubrimiento de los plátanos fue un símbolo de nuestra perseverancia, una señal de que aún había esperanza mientras continuáramos luchando juntos.

La noche cayó sobre nuestro improvisado campamento, trayendo consigo una calma aparente, rota solo por el susurro del viento entre las palmeras y el suave romper de las olas contra la orilla. Mientras guardábamos las herramientas y el alimento recolectado durante el día, me ofrecí voluntariamente para hacer la guardia nocturna. La oscuridad de la noche era tanto una enemiga como una aliada, ocultando nuestros temores y haciéndonos vulnerables, pero también brindándonos la oportunidad de descansar de la brutalidad del sol.

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