Día 76

1K 166 12
                                    

Las cosas entre Max y yo habían cambiado drásticamente desde aquel día en la selva. Aunque intentábamos mantener la normalidad frente a los demás, había una incomodidad palpable que flotaba en el aire cada vez que estábamos juntos. Habíamos cruzado una línea que no podíamos simplemente deshacer, y aunque las palabras entre nosotros eran pocas, la tensión era imposible de ignorar.

Me encontraba cada vez más frustrado conmigo mismo. Todo había ido bien hasta que las dudas y la culpa comenzaron a asediarme. No podía evitar sentirme como un traidor, no solo a Paola, sino también con Lewis. La realidad de nuestro entorno no ayudaba: estábamos atrapados en esta isla, sin saber si alguna vez volveríamos a ver a nuestras parejas, a nuestras vidas anteriores. Pero, aun así, la culpa seguía ahí, persistente e implacable.

Un día, mientras estábamos solos en la cueva, con el resto ocupándose de sus quehaceres, decidí que ya no podía soportar el peso del silencio. Necesitaba hablar con él, aclarar lo que había pasado y, quizás, intentar aliviar esa tensión que solo parecía crecer.

-¿Podemos hablar?- le pedí a Max, aprovechando el momento de soledad.

Max me miró con una mezcla de sorpresa y amargura, como si mis palabras fueran lo último que esperaba escuchar. -Pensé jamás escuchar esas palabras de ti- dijo, soltando una risa amarga que resonó en la cueva.

-Max-, lo miré con seriedad, tratando de transmitirle que esto no era una broma para mí, que realmente necesitaba aclarar las cosas entre nosotros.

-Adelante-, respondió, su voz teñida de resignación mientras me sentaba a su lado en una roca plana.

Tomé un profundo respiro, intentando organizar mis pensamientos, pero las palabras se atascaban en mi garganta. -Lo del beso...- comencé, pero me detuve, incapaz de continuar. No era fácil poner en palabras lo que sentía, lo que nos estaba sucediendo.

Max no esperó a que terminara. -No sucederá de nuevo, lo entendí-, dijo, y aunque esas eran las mismas palabras que tenía en mente, su frialdad me hirió de una manera que no esperaba. Sentí un nudo en el estómago, como si algo dentro de mí se hubiera roto al escucharlo.

Cuando un golpe de realidad me dio en la cara, si no salía de esta isla, siempre viviríamos así. Una parte de mi me gritaba que me fuera y no hablara más del asunto como lo había hecho antes, pero otra me gritaba que lo contradijera, no tenía nada que perder.

Fue casi un impulso incontrolable lo que me llevó a inclinarme hacia él y besarlo. No pensé, simplemente lo hice, como si mi cuerpo hubiera decidido por mí. Mi mente se apagó, dejando que mis sentimientos tomaran el control. Max no se resistió, y en lugar de alejarme, me atrajo hacia él con más fuerza, haciéndome sentar en su regazo. Sentí sus manos firmes en mi trasero, explorando con libertad, y un gemido se escapó de mis labios cuando sus besos descendieron por mi cuello, encendiendo cada nervio en mi piel.

-Max-, gemí, mi voz llena de una mezcla de deseo y confusión.

-¿Quieres parar?-, preguntó, aunque su tono dejaba claro que no tenía intención alguna de detenerse.

Negué con la cabeza, incapaz de decirle que sí. -No-, respondí, y tomé su rostro entre mis manos, volviendo a besarlo con una pasión que no sabía que tenía dentro.

El mundo a nuestro alrededor desapareció, y todo lo que importaba en ese momento era él, yo, y la conexión que habíamos encontrado en medio de tanto caos. Quizás estaba mal, quizás estábamos traicionando a las personas que habíamos dejado atrás, pero en ese instante, nada de eso parecía importar. Solo quería dejarme llevar, permitirme sentir, aunque fuera solo por un momento, aunque fuera la última vez.

Nos aferramos el uno al otro, como si fuéramos las únicas personas que existieran en el mundo, moviéndonos en un ritmo que era tan instintivo como inevitable. Estábamos atrapados en esta isla, en este limbo, pero al menos aquí, en sus brazos, podía encontrar un poco de paz, un poco de felicidad.

No sabía qué pasaría después, ni cómo manejaríamos las consecuencias de nuestras acciones, pero en ese instante, decidí dejar de lado la lógica y permitirme sentir. Si moríamos en esta isla, al menos habríamos tenido esto, este pequeño fragmento de felicidad en medio del caos, y eso era lo único que podía sostenerme en un mundo que se había vuelto tan incierto.

El calor de nuestros cuerpos era lo único que sentía mientras me movía en círculos sobre el regazo de Max, disfrutando de las ondas de placer que recorrían mi cuerpo. Cada movimiento, cada roce, encendía algo más profundo dentro de mí. La sensación de sus manos firmes en mi cintura, guiando mis movimientos, se complementaba con la presión de sus labios sobre mi cuello. Max me mordía con un deseo crudo y primitivo, y eso solo intensificaba la pasión del momento. Era un frenesí, un torbellino de emociones y sensaciones que se mezclaban en una única explosión de placer.

El ritmo de mis movimientos se aceleraba, y mi respiración se volvía más errática. Todo iba escalando tan rápido que casi había olvidado dónde estábamos. Pero de repente, como un balde de agua fría, escuchamos el sonido de pasos acercándose. Nos congelamos al instante, y el instinto de sobrevivencia se apoderó de nosotros. Nos separamos apresuradamente, luchando por recuperar la compostura.

Ambos intentamos actuar con normalidad cuando Julián y Cynthia aparecieron en la entrada de la cueva. Se nos acercaron riendo, sin notar de inmediato la tensión palpable en el aire. Pero la risa de ambos se desvaneció rápidamente cuando se fijaron en nosotros. Cynthia fue la primera en detenerse, dejando a Fred en la cuna improvisada que habíamos construido para él.

-Checo, ¿estás bien?- preguntó, con una mezcla de preocupación y curiosidad en su voz mientras se acercaba. Pude ver la inquietud en sus ojos al examinarme de cerca.

Tragué saliva, sintiendo el sudor frío en mi frente. -Sí, ¿por qué lo dices?- respondí, intentando mantener la calma, pero mi nerviosismo era evidente.

Cynthia frunció el ceño y señaló mi cuello y labios. -Tu cuello y tus labios están rojos- dijo, acercándose aún más. -Podría ser una alergia.

Antes de que pudiera responder, Julián, quien ya estaba observándonos con una sonrisa divertida, intervino. -Sí, no lo creo- dijo con un tono de incredulidad que rozaba la burla. -A menos que Max sea alérgico también- añadió, señalando a Max, cuyos labios estaban tan hinchados como los míos.

-Quizás sí sea alergia- intenté insistir, sabiendo que nuestra mentira era tan obvia como ridícula.

Julián alzó una ceja, claramente entretenido por nuestra falta de coordinación. -Haré que les creo. ¿A qué se supone que son alérgicos?- preguntó con fingida inocencia, disfrutando del momento.

Los dos intercambiamos una mirada rápida, y en nuestro intento desesperado de dar una respuesta coherente le hice señas hacia afuera de la cueva como pista de lo que iba a decir.

-Al clima-, dije tratando de salir del paso.

-Papaya-, dijo Max al mismo tiempo, su voz llena de inseguridad.

Nos miramos con sorpresa y vergüenza, dándonos cuenta de lo absurdos que sonábamos.

-¿El clima?- preguntó Max, mirándome como si no pudiera creer lo que acababa de decir.

-¿La papaya?-, le pregunté de vuelta, sintiendo que el suelo se desmoronaba bajo mis pies. Ni siquiera habíamos podido ponernos de acuerdo en una mentira sencilla.

Julián y Cynthia nos miraron durante un momento, antes de que Julián estallara en carcajadas, incapaz de contenerse. -Ustedes son terribles mintiendo-, dijo entre risas. Cynthia lo siguió, aunque con una sonrisa más compasiva. Ambos sabían que había algo más entre Max y yo, pero eligieron no presionar más, al menos por el momento.

Max y yo solo pudimos mirarnos con una mezcla de vergüenza y alivio. La tensión no había desaparecido, pero al menos habíamos salido del paso, aunque de manera desastrosa. Sabíamos que esto no podía seguir así, pero por ahora, habíamos logrado mantener nuestra pequeña burbuja intacta.

Pérdidos|| Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora