Capítulo 4

1.2K 51 1
                                    

Llegue a casa con el peor de los humores. Acostumbrada a la soledad de una mansión de dos pisos donde mis padres se la pasaban en el trabajo y yo parecía ser la única que residía allí, lance mi bolso en dirección al sofá o alrededores. La verdad, mi humor estaba tan por el suelo que ni siquiera me molesté en averiguar dónde caía. Hasta que escuché una queja.

—¡Auch!

Devolví la vista con rapidez. Mi padre se encontraba allí, sentado en el sofá con el celular en la mano y una taza de café sobre la mesa ratona.

—¡Lo siento! Creí que no había nadie... ¿Qué haces aquí? —pregunté. Papá frunció el ceño.

—¿Me equivoqué de casa?

Rodé los ojos con diversión.

—Me refiero a porqué no estás trabajando.

—Oh. Quise tomarme el día libre —contestó—. ¿Cómo te fue en la escuela?

—Bien, algo agotador.

—¿Lo has visto a Nathaniel? Espero que no nos hayas hecho quedar mal con los Lemington, Olivia.

—Sí, lo ví y hablamos. Tu reputación sigue en pie.

—De acuerdo. La cocinera te ha dejado un plato de comida en la heladera, recaliéntatelo.

Me dirigí a la cocina. Ni siquiera tenía apetito... ¡¿Qué iba a hacer ahora?! No quería decirle a mi madre que no tenía a nadie y tener que soportarla intentando emparejarme con Nathaniel hasta que accediera. Y sabía que no se rendiría.

Dios... ¡Qué tonta! Hubiera sido más fácil si decía que me gustaban las mujeres. Quizás Annie accedía a fingir ser mi pareja.

Dos días después, me encontraba sentada en mi asiento habitual, jugueteando con mi lapicera color rosa mientras oía la voz en off del profesor de literatura. Alcé la cabeza. A mi lado estaba Annie, y al otro estaba Lucas. Él se encontraba observando a la cabellera castaña de Payton.

Pensándolo bien, eran tal para cuál. Ambos parecían ser reservados y de carácter fuerte. Aunque no podía imaginarme a un sujeto como Lucas enamorado. Mejor dicho, no lo imaginaba con sentimientos. O corazón. De seguro era de piedra.

Lucas se giró y nuestras miradas se encontraron durante un segundo, hasta que volvió a voltearse. Aclaré mi garganta y observé al frente.

Cuando el timbre del receso sonó, todos se levantaron con prisa. Incluso Annie, con la excusa de que debía ir al baño con urgencia. Los últimos en salir fuimos Nathaniel y yo, que me había esperado para comenzar a caminar juntos por el pasillo.

—Y... ¿Cómo estás?

—Me gusta la escuela. Y los profesores, aunque el de cálculo no parece saber mucho. El otro día se equivocó con una fórmula —respondió.

Bien, no era la respuesta que esperaba. Ni las conversaciones que solía tener.

—¿Cómo lo sabes? Es un profesor.

—Porque he hecho miles de ecuaciones similares a esa. Puedo hacerlas hasta dormido.

—Cuidado, no vayas a ser tan modesto —bromeé. Nate frenó el paso cuando estábamos llegando al comedor y frené yo también, justo delante de él—. ¿No vamos a entrar?

—No me agrada ese lugar. Mucho ruido y personas.

—¿No? Se supone que eso es lo divertido.

—Creo que tenemos conceptos diferentes de diversión —comentó con una sonrisa en el rostro.

Mi perfecto novioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora