Capítulo 22

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—¿Me oyes?

Abrí los ojos con lentitud, intentando acostumbrarme a la luz que entraba por la ventana. Deduje que era temprano, por lo que decidí retomar el sueño.

Si me oyes, di "te amo".

Volví a abrir los ojos, esta vez como platos, intentando descubrir a la persona que se encontraba hablando en mi cuarto. Luego, observé uno de los walkie talkies que tenía sobre la mesita de noche. Lo tomé y apreté el botón para hablar:

—¿Luke? ¿Qué haces despierto?

Es hora de levantarse, hay escuela. Cambio.

—Fuera.

Así no es como se dice. Cambio.

—Fuera.

—¡No! Cuando dices una frase, luego le añades el cambio —explicó, alterado y reí.

—Cambio —espeté y se oyó un gruñido.

—¡Pero no has dicho nada ahora!

—¡Pues soy libre de decir lo que quiera! Y te informo que no te habría comprado estos estúpidos walkie talkies si sabía que ibas a ser así de pesado —exclamé, comenzando a perder la paciencia. Luego de un suspiro relajado, añadí—: Cambio.

—¿Lo ves? Así quedó perfecto, ya aprendiste. Ahora iré a ducharme y si quieres paso por ti para ir a la escuela. Cambio y fuera.

—¡Trae donas para desayunar! Fuera.

—¡Tenías que decir cambio!

—Cambio.

—¡Pero no ahora!

—¡Ay, no te entiendo! —exhalé.

—No importa... A las siete paso por ti. ¡Te amo! —exclamó y fruncí el ceño, esperando a que añadiera algo más, pero no hubo más respuesta del otro lado. Volví a presionar el botón y hablé:

—Tenías que decir cambio.

Unos cinco segundos después, volvió a aparecer:

—¡Es verdad! Te amo, cambio y fuera.

•••

Las clases de hoy se sentían interminables gracias a la emoción que cargaba en el cuerpo. Era viernes, y Luke y yo tendríamos la cita.

Desde que dijo que tenía preparado algo especial para la noche, no había dejado de molestarlo para sacarle algo de información, pero era imposible hacerlo hablar. El maldito se volvía de piedra cuando se lo proponía. Pero estaba bien, porque sólo faltaban algunas horas y casi toda la tarde. O al menos eso era lo que le repetía a mi mente para calmar la ansiedad.

Caminando por los pasillos, distinguí al director del instituto que se aproximaba, dirigiéndose por la mano contraria a mi. Al pasar por mi lado, inclinó su cabeza en un gesto cortés y, con una sonrisa, recitó:

—Señorita Wesley, la veo esta tarde en detención

¡Ah! Además de las cuentos de miles de horas, también faltaba pasar media tarde encerrada en un salón cargada de aburrimiento y humedad junto a Annie. ¡Este día sería interminable!

Mi perfecto novioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora