Capítulo 8

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Nunca en mi vida había estado tan mareada. Bueno, excepto esa vez que Annie y yo bebimos cinco shots de tequila para llegar mareadas a la fiesta y no tener que estar bebiendo allí.

Todo me daba vueltas, pero no como cuando das una vuelta rápida y después te ríes, o como cuando te subes a un carrusel. No, esto era diferente. Como si estuviera en un barco en medio de una tormenta y todo a mi alrededor se sacudiera. En este caso, la lluvia era Lucas, que caminaba a mi lado con esa cara seria de "¿por qué me toca a mí lidiar con esto?".

El problema no era la compañía, sino que sentía que llevábamos caminando al menos tres días seguidos y él no parecía saberse el camino, aunque aseguraba lo contrario. Jason se había marchado con sus amigos y acabó dejándonos sin coche, y estuvimos tanto tiempo parando taxis que iban llenos, que en cierto punto nos cansamos y comenzamos a caminar.

—¿Alguna vez te preguntaste por qué los perros dicen "Guau" y todos los demás perros lo entienden? ¿Qué rayos significa y por qué pueden comunicarse con una sola palabra? Es como si yo te dijera ahora "Guau, Guau, Guau" y tú me respondas "Si, Olive, el calentamiento global es una cosa seria" —cuestioné, muy seria—. Y cuidado con lo que me respondes, porque esta es una de esas preguntas existenciales que la gente nunca se atreve a hacer por miedo a quedar como un idiota. Pero me sacrificaré.

Lucas exhaló, cansado, y me miró de reojo. Parecía como si se estuviera conteniendo la risa, con esa pequeña arruga en la comisura de la boca que no solía frecuentar su bonito e inexpresivo rostro.

—No, Olive, nunca me lo he preguntado —contestó, manteniendo su tono neutral. Rodé los ojos.

—Eres un aburrido, Lucas —acusé, tambaleándome un poco al intentar no pisar las líneas del suelo.

—Y tú una borracha sin remedio —defendió, con ese tono seco que me daban ganas de... no sé, patear una piedra o lanzarle un elefante.

—¡Tú! —Intenté señalarlo con un dedo acusador, pero li dedo decidió que no quería cooperar y accidentalmente golpeé mi propia nariz. Estaba a punto de protestar cuando oí una carcajada. Y otra. Y otra, y otra. Abrí mis ojos como platos ¡Oh por Dios! —. ¡Te estás riendo! No puede ser, creí que estabas hecho de piedra.

Era agradable saber que, por un momento, solo por uno, logró olvidarse de que nuestra relación era un simple acuerdo y que en realidad estaba obligado a soportarme.

—¿Sabes? Tienes suerte de tenerme, Lucas —aposté con la convicción de alguien que realmente lo cree.

—¿Ah, sí? —preguntó—. Me gustaría escuchar cual es el argumento de tu teoría.

—Pues porque... soy bonita. Y divertida. Y tú... Bueno, tú eres tú. Pero no te preocupes, me agradas así, aburrido y gruñón.

Lucas se detuvo y casi choco contra él, pero su mano firme en mi brazo hizo que me mantuviera de pie. Lo observé, y me di cuenta de que sus ojos tenían un brillo suave, que sólo podía ver si me encontraba así, cerca, a escasos centímetros de distancia.

—Yo no soy aburrido y gruñón —dijo, aunque sus palabras se contradecían con su semblante serio.

—¿No? —pregunté, a la vez que posaba un dedo en cada esquina de la comisura de sus labios. Luego, tiré de ellas hacia arriba, formando una deforme sonrisa—. Así te ves más guapo. Y decente.

No hizo falta que siguiera sosteniendo aquella falsa sonrisa, porque se le acababa de formar una de verdad. Luego, tras un momento sosteniéndome la mirada, continuó caminando y debí apresurarme para alcanzarlo.

—¡Oye, aguarda! ¡Que no camino rápido con estos tacones! —exclamé detrás de él—. Podrías cargarme como a una princesa. Eso sería más rápido.

Mi perfecto novioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora