Capítulo 13

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—¿Qué pasa, desaparecida? —saludó Annie en cuanto me acerqué a su casillero.

—Te extraño.

—Siempre estuve aquí —inquirió, cerrando la puerta metálica y comenzando a caminar. La seguí.

—Si, bueno... Estuve algo ocupada.

—Lo sé, te he visto. Nate, Lucas... Andas atrás de todos, ¿verdad?

Fruncí el ceño. Evidentemente su comentario no era positivo, pero tampoco podía culparla. Realmente la había apartado por todo el rollo de ambos chicos.

—Lo siento, ¿sí? No volveré a abandonarte, Ann. Lo prometo. Pero es que... No tengo excusas. Soy una terrible amiga.

Annie se detuvo y me inspeccionó con la mirada. Luego, retomó el paso y sentenció:

—Si me lo cuentas todo, te perdono.

Me aferré a su brazo y le conté todo mientras caminábamos hacia el salón de clase. Para el momento en que finalicé y nos detuvimos frente a la puerta, ella sonrió de lado.

—Lamento haberte llamado zorra, Olive.

—Pero... no lo hiciste.

—No, pero lo pensé. Todas y cada una de las veces en que te veía con ese par de idiotas.

Rodé los ojos con diversión y pasé mi brazo por sus hombros para adentrarnos a la clase.

Ese mismo día, tras finalizar las clases, Lucas me buscó para dirigirnos al salón de detención. Allí nos esperaba la bibliotecaria de la escuela, quien dejó en su escritorio un enorme y polvoriento libro.

—Quiero un ensayo de ocho páginas —fue lo que sentenció antes de dar un par de instrucciones más y abandonarnos en aquel salón.

Lucas y yo quedamos a solas, pues aparentemente aquel día nadie se había portado mal o hecho explotar un salón de clases, a excepción nosotros. Entonces, una vez a solas, me acerqué al libro y lo abrí en la primera página. El polvo me hizo toser.

—Eres una exagerada —burló.

—No es mi culpa que aquí usen libros del mil seiscientos diez.

Lucas se colocó detrás mío y observó el libro por encima de mi hombro. Luego, me empujó para tomarlo él, lo abrió por la mitad y arrancó una de sus hojas. Lo observé con los ojos como platos.

—¡¿Estás loco?!

—Voy a hacer un avión de papel.

—¡Lucas! Vamos a ir presos si descubren que falta una página. Porque si no lo sabías, lo que acabas de hacer se llama daño a la propiedad y es un delito —acusé y rió. No me sorprendería que en cualquier momento sacara una guitarra eléctrica y la estampara contra el suelo.

—Podremos hacer un ensayo con las otras cuatrocientos páginas del libro. No creo que esta sea la más relevante —contestó con obviedad y, tras rodar los ojos, los posó sobre la página rota—. Ups, trata del fallecimiento de Abraham Lincoln.

—Dame eso —espeté, arrebatándole la hoja y colocándola en su lugar.

Comencé a echarle un vistazo al libro, leyendo los títulos para ver cuál era más relevante y cuál podía saltear. Sin embargo, la concentración duró poco. Un molesto chico con fama de problemático comenzó a golpear el escritorio formando una intento de melodía con falta de sintonía.

Mi perfecto novioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora