Un alfa sin suerte

25: "El deseo que no puede ser negado"

Ese día en el mirador no había terminado en nada más allá que ellos riendo y disfrutando el rato juntos hasta que la oscuridad domino sobre ellos, permitiendo que lo único que los iluminara fuera la tenue luz que emitía la luna y los focos que apenas y alumbraban del mirador. La vista que ese sitio les otorgaba luego de haber desaparecido los colores del cielo era la de cientos de luces que hacían brillar al pueblo desde abajo de aquella montaña.

Con el paso de las horas, habían dejado la comida de lado y simplemente charlaban en la comodidad el ambiente que habían creado, con las feromonas de ambos en el aire, creando una fragancia que los mantenía en serenidad, embriagados en un trance como si en el mundo solo existiesen ellos y nadie más. Sentir el chocolate y caramelo mezclado con su imponente olor a café, de una forma que complementaban como si ellos hubiesen sido inventados para estar juntos, le producía una sensación de calidez y felicidad, no solamente a él, sino que también a su alfa.

Su alfa, que por culpa del diluido efecto que ya tenían a esa hora los inhibidores, estaba más que presente. No les molestaba, pero sabía que tenía que tener cuidado con cada acción, toque, beso o roce que tuviera con Harry, porque a la mínima provocación, las cosas cambiarían de rumbo y temía que su celo se presentase en todo su esplendor, siendo ese el lugar menos adecuado para pasar tres días encerrados.

Por eso, cuando observo a Harry acercar su mano a su pierna a una zona bastante peligrosa mientras que se aproximaba para besarlo, lo detuvo en el acto, y aunque resintió hacerlo, se apartó del beso. Quería pasar la noche tranquila, sin preocuparse por nada más, y esperaba que Harry le entendiera. En serio lo esperaba, deseaba que fuera así, cuando vio la expresión desconcertada y molesta que le proporcionó el menor, que se identificó aún más cuando apartó su mano.

Pudo sentir, gracias a la marca temporal, un sentimiento de ofensa ante su rechazo.

—Harry...

—¿Por qué me apartas, Jett Parker? —una molestia mal disimulada junto a una ceja en alto lo interrogaban, pidiendo por una buena excusa—, No me gusta que me rechacen, ¡Menos tú! ¡Y menos un beso, Jett!, explicate.

Esa forma de responder, de dejar en claro que no era alguien que recibía un no por respuesta, el tono de molestia combinado con la forma de expresarlo como un capricho, le recordaban a como fueron las cosas al principio de su relación. Pero decidió pasar aquello por alto, no quería arruinar la noche. Para tranquilizar y volver a la paz que habían creado, desvanecida hace unos minutos ante el rechazo que había tenido por Harry, libero feromonas y prosiguió a hablar.

—Es por el celo, Harry, los inhibidores ya casi no tienen efecto —respondió, dejando escapar un suspiro con aquellas palabras, mientras que enderezaba su postura y buscaba con la mirada conectar con aquellos ojos verdes—, y no quise ofenderte, jamás te rechazaría, pero cualquier mínima cosa puede desencadenar en este momento que entre en celo por completo, y si te soy sincero, este no es el mejor lugar para pasarlo.

Harry asintió, sus facciones se relajaron y la molestia abandono su rostro por una expresión de comprensión, y luego por otra de pena acompañada por un leve sonrojo.

—Lamento mi reacción, no es excusa, pero mi Omega ante el rechazo no suele ser el más amable —Explico el menor, mientras que le ofrecía la mano, de forma inocente, la cual no dudo en aceptar. Era una calidez reconfortante, sin intenciones por detrás, que al aceptarla le saco una sonrisa a Harry—, pero si crees que estás por entrar en tu celo, Jett, soy capaz de pedir que manden un avión hasta aquí y que nos lleve a dónde tú quieras pasarlo, solo tienes que pedírmelo y lo haré.

Las palabras, el simple gesto que por un momento dudo si aceptarlo o no, le hicieron sonreír de oreja a oreja.

—Harry, no creo que haga falta un avión esta vez, solo durmamos por hoy y mañana salgamos de vuelta a la ciudad.