10: "El peso del casi"

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Descanso, eso era lo que le urgía.

Descanso de la ciudad, del tráfico, de las personas; alejarse de todo, eso era lo único que necesitaba en esos instantes. Después de lo que casi le hizo a Harry, no volvió a estar tranquilo, se sentía inquieto, perseguido por sus acciones, sumándole a que, tal como lo había dicho Calum, el pelirrojo empezó a evitarlo. Cada vez que debía llevarlo a algún sitio, el auto se sumía en un aura de total incomodidad, Harry desprendía nervios en sus feromonas, pero no miedo, y él estaba seguro de que su estado anímico, que rozaba los niveles del suelo, se notaba a mil leguas de distancia.

Agito su cabeza, como si eso lograra de alguna forma ahuyentar todo lo que pasaba por su mente, y resopló mientras tocaba al timbre de la casa que se encontraba frente suyo. Era fin de semana, y le tocaba libre, por lo que había aprovechado para viajar a Rodie Blue, su tan querido pueblo. Hacía mucho frío esa mañana, y por dar el factor sorpresa, se había olvidado de las llaves de aquel hogar, y ahora debía rogar porque abrieran la puerta rápido, ya no sentía los pies para ese punto.

Y por fin sucedió.

—Enano de jardín, te dije que dejes de venir tan temprano a tocarme el timbre, ¡No tengo tu pala para la nieve, hombre!

—¿Acaso yo no era un gusano ambulante, abuela?

Su respuesta fue escuchada antes de que Carly pudiera reaccionar de que era él el que estaba frente a ella, y no el señor Barrow, de la casa de al lado, reclamando como era costumbre año tras año, su pala robada por los niños de la otra calle. La vio pasar de su expresión de recién levantada, a buscar sus anteojos en su bata del pijama para ver si era correcto lo que sus ojos divisaban, un hábito que había tomado desde que noto que cada vez veía menos. Pudo ver como una sonrisa se formaba en el rostro de su abuela, de punta en punta, y como sus ojos, por naturaleza con rasgos asiáticos, como los suyos, se achicaban, mostrando su total felicidad.

—Enano de jardín, te dije que dejes de venir tan temprano a tocarme el timbre, ¡No tengo tu pala para la nieve, hombre!

—¿Acaso yo no era un gusano ambulante, abuela?

Su respuesta fue escuchada antes de que Carly pudiera reaccionar de que era él el que estaba frente a ella, y no el señor Barrow, de la casa de al lado, reclamando como era costumbre año tras año, su pala robada por los niños de la otra calle. La vio pasar de su expresión de recién levantada, a buscar sus anteojos en su bata del pijama para ver si era correcto lo que sus ojos divisaban, un hábito que había tomado desde que noto que cada vez veía menos. Pudo ver como una sonrisa se formaba en el rostro de su abuela, de punta en punta, y como sus ojos, por naturaleza con rasgos asiáticos, como los suyos, se achicaban, mostrando su total felicidad.

—¡Volvió el nieto abandonico! —exclamó ella mientras que lo abrazaba de repente.

Extrañaba tanto esos abrazos y la calidez que le transmitían.

—Tampoco ha pasado tanto tiempo, abuela —respondió, ignorando el hecho que pasar solo un día sin ella ya era mucho para él.

—No digas tonterías, no vienes desde mi cumpleaños jovencito —Carly se alejó un poco, parecía querer guardar cada detalle en su memoria, cada cosa que pudiera significar algo de ese reencuentro— y eso fue hace tres meses.

—Bueno, tal vez si, pero es difícil venir al pueblo teniendo que viajar medio país para llegar y encontrar un día libre para hacerlo —reprochó, sin dejar pasar más tiempo y volviéndola a abrazar—... No sabes la falta que me haces en la ciudad.

Un alfa sin suerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora