La sensación lo despertó; era de noche, o eso supuso al observar las enormes ventanas sin cristal. La oscuridad permitía ver las hermosas constelaciones a lo lejos, rodeadas por las montañas de arena del desierto.
Dejó de mirar el paisaje para ver qué lo había despertado. Anubis estaba profundamente dormida, recostada de lado, aparentemente más cómoda así. Su vientre, cada día más abultado, se veía encantador mientras intentaba ser el enérgico dios que solía ser, aunque en esos momentos su estado físico resultaba algo agotador.
Acostumbrado ya a la oscuridad, pudo distinguir los movimientos de su bebé, haciéndose presente. Simo tragó saliva antes de inclinarse y tocar el estómago de Anubis, sintiendo las pequeñas pataditas. Miró al dios egipcio, pero él seguía profundamente dormido.
—Tu mamá tiene el sueño pesado —sonrió al escuchar ese término. Podía parecer adorable, pero también implicaba su nueva realidad como padre, algo que aún no asimilaba del todo.
—En vida... nunca fui un padre...— Se sentía inseguro y lleno de dudas. ¿Cómo criaría a un niño? ¿Cómo a un semidiós? Muchos decían que la paternidad era algo maravilloso, pero no mencionaban el miedo que acompañaba el proceso, la noticia, el temor de no ser suficiente.
Acercándose al vientre y colocando su frente en él, el bebé dejó de moverse.
—No sé qué nos depara el futuro, pero te prometo que haré lo posible... y lo imposible para ser el mejor —dijo, dando un pequeño beso en el vientre antes de incorporarse y besar los labios de Anubis.
Se acomodó mejor en la cama y se quedó dormido. Quince minutos después de que Simo cerrara los ojos, Anubis los abrió, sonriendo tiernamente al ver el sueño tranquilo de Simo.
—Ya escuchaste a tu papi —habló, colocando su mano en su vientre y sintiendo nuevamente las pataditas del bebé—. Será el mejor— Se acercó a Simo para acurrucarse mejor, y el finlandés lo abrazó.
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Sakari
Fiksi PenggemarDespués del Ragnarok Anubis dejo muy en claro que ese olor a muerte emanando del finlandés quería tenerlo a su lado por el resto de su eternidad. Nunca pensó que seria posible concebir una vida juntos