—¿Qué haces? —preguntó Anubis, observando a Simo, quien había llegado hacía semanas con un montón de libros sobre paternidad; con portadas llamativas y letras grandes sobre lo que un bebé debía hacer a cierta edad.
—Ejercicios —respondió Simo, moviendo las piernas de su hijo, mientras el pequeño miraba a su alrededor. Sakari era tranquilo, aunque parecía no estar del todo cómodo o quizá ya se había aburrido de tanto ejercicio.
—No lo veo gordo.
—No es para eso, Anubis.
—Ah...
Simo dejó que el bebé se volteara solo, poniéndose boca abajo. Sakari levantó la cabeza con ayuda de sus manos. Luego se recostó nuevamente, moviendo enérgicamente las piernas. Simo retomó el libro abierto, leyendo donde lo había dejado.
—¿Qué pasa?
—Se supone que a su edad ya debería al menos gatear, pero no lo hace. ¿Y si tiene algún problema? ¿Y si no puede sentir las piernas? ¿Y si no puede caminar y por eso no ha gateado?
—No podría mover las piernas, ¿no?
—Entonces, ¿por qué no gatea?
—Pues, porque no quiere.
Ver a Simo leyendo y tensándose más preocupó a Anubis. Se acercó y, aprovechando que Simo estaba hincado en el suelo sobre la alfombra de una bestia enorme, le quitó el libro y lo arrojó lejos. Rodeó con sus piernas el cuerpo de Simo y puso sus manos sobre sus hombros.
—Te preocupas demasiado, es un semidiós.
—Con mis genes.
—¿No crees que será lo suficientemente fuerte? —Los ojos del finlandés se encontraron con los de Anubis, quien sonrió y lo besó—. No te preocupes.
—Lo dices para que me deshaga de esos libros.
—Sí, en parte, pero confía en él...
Simo suspiró, bajando la mirada. Tenía razón, debía relajarse un poco; su hijo estaba bien. Justo en ese momento, miró a Sakari, que se había incorporado y comenzaba a gatear.
Apartó bruscamente a Anubis de sus piernas, empujándolo casi fuera de la alfombra, para ver cómo su hijo por fin gateaba.
—¡Míralo, lo está haciendo!
—Sí, lo logró, qué felicidad... —respondió Anubis, molesto desde su lugar.
—Lo siento —se disculpó Simo, acercándose para ayudarlo. Anubis aceptó la ayuda, pero solo pasaron unos segundos sin mirar al bebé. Cuando volvieron a prestarle atención, Sakari ya se había ido.
—¡Dejaste la puerta abierta! —reclamó Simo a Anubis, apresurándose a buscar al niño.
—No gateaba, ¿Cómo iba a saber que de repente lo haría?
Cuando Sakari vio a sus papás ir por él, soltó una risita y aceleró, creyendo que estaban jugando.
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Sakari
Hayran KurguDespués del Ragnarok Anubis dejo muy en claro que ese olor a muerte emanando del finlandés quería tenerlo a su lado por el resto de su eternidad. Nunca pensó que seria posible concebir una vida juntos