22: Un deseo entre las tinieblas.

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La sala de San Mungo estaba sumida en la oscuridad, iluminada únicamente por la luz suave y tenue que filtraba a través de la ventana. Era tarde, bien pasada la medianoche, y Chiara permanecía sentada al lado de la camilla de Violeta, con los ojos fijos en el rostro pálido de su novia. Había perdido la cuenta de las horas que había pasado allí, hablándole en voz baja, como si con sus palabras pudiera guiarla de regreso del abismo al que Lucien la había empujado.

—Por favor, Violeta, despierta —murmuró, su voz apenas un susurro quebrado por la desesperación—. No puedo hacer esto sin ti.

Pero no había respuesta. Violeta seguía inmóvil, su respiración débil pero constante, como si su cuerpo se aferrara a la vida con las últimas fuerzas que le quedaban. La desesperanza comenzaba a invadir el corazón de Chiara, aplastando cualquier destello de optimismo que pudiera haber tenido.

Los padres de Violeta, agotados por el dolor y el miedo, se habían quedado dormidos en unos sillones al fondo de la habitación. Sus rostros reflejaban el mismo sufrimiento que Chiara sentía en su pecho, un peso que parecía no tener fin. Pero Chiara sabía que no podía permitirse el lujo de desmoronarse. Violeta la necesitaba, aunque todo indicara lo contrario.

Chiara se inclinó sobre la cama, acercándose más a Violeta, sus ojos llenos de lágrimas que apenas lograba contener.

—Vivi... por favor —susurró, su voz temblorosa—. Tienes que despertar. Te necesito. Necesito que estés aquí conmigo.

El rostro de Violeta, tan hermoso incluso en la oscuridad, parecía haber perdido su vitalidad. Su piel estaba pálida, casi translúcida bajo la luz de la luna que entraba por la ventana. Chiara no podía soportar verlo así, y, sin poder contenerse más, rompió a llorar, abrazándose a Violeta con cuidado, temerosa de lastimarla más de lo que ya estaba.

—No puedo... no puedo seguir sin ti —sollozó, aferrándose a su cuerpo inmóvil—. No sé qué hacer... no sé cómo seguir adelante si no estás aquí.

Chiara sabía que Violeta no podía escucharla, pero no podía detenerse. Las palabras brotaban de su corazón, cargadas de desesperación y amor. Necesitaba decirle todo lo que sentía, necesitaba que supiera cuánto la amaba y cuánto la necesitaba a su lado.

Pero no había respuesta, solo el silencio frío y desolador de la habitación. Chiara sintió que su corazón se rompía en mil pedazos, cada uno más doloroso que el anterior. Pero, entonces, casi como un destello en la oscuridad, su mente recordó algo que había olvidado entre la desesperación y el miedo: el colgante que Violeta le había regalado por Navidad. Era un simple colgante muggle, de esos que se suponía cumplían deseos. Chiara sabía que no poseía magia real, que era solo una superstición sin fundamento. Pero en ese momento, cuando todo parecía perdido, se aferró a esa pequeña esperanza irracional. Con manos temblorosas, Chiara sacó el colgante de debajo de su camisa, donde lo había llevado siempre desde que Violeta se lo había dado. Lo sostuvo entre sus dedos, notando el frío metal contra su piel. Lentamente, lo abrió, revelando el pequeño pergamino en su interior.

—Por favor... —susurró, mientras buscaba una pluma en su bolso. Cuando la encontró, con la mano temblorosa, escribió en el diminuto pergamino: "Deseo que Violeta despierte, para poder protegerla siempre." Sus palabras estaban cargadas de una mezcla de esperanza y desesperación, un último intento de aferrarse a la vida que compartían.

Cerró el colgante con cuidado y lo apretó contra su pecho, cerrando los ojos con fuerza mientras una última lágrima caía por su mejilla.

—Por favor, Violeta... vuelve a mí —murmuró una vez más, antes de inclinarse hacia adelante y besar suavemente la frente de su novia.

USA MIS MANOS - KIVI (HOGWARTS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora